jueves, 7 de noviembre de 2019

ARQUITECTURA ENSIMISMADA

En su texto clásico de 1963 “El arte ensimismado”, Xavier Rubert de Ventós discute la necesidad de apertura de los discursos estéticos a sectores más amplios de la sociedad, cuestionando el papel del arte frente al enriquecimiento de la cultura general.

Los críticos y teóricos consideramos como significativa solamente a la arquitectura culta y por lo tanto nuestros discursos se centran en un tipo de construcciones que hacen referencias explícitas o implícitas a los valores estéticos y artísticos de la modernidad o de la historia cultural universal. Estos parecen ser los temas que vale la pena discutir en los medios impresos, en la televisión y en la radio. Es algo lógico y comprensible, pero entraña un mecanismo problemático, ya que deja fuera a toda la arquitectura popular y vernácula, que es la gran mayoría de ella.
En muchos lugares nadie sabe quienes son los grandes maestros de la arquitectura, ni existe siquiera la necesidad de saberlo. Este dilema deriva del hecho intrínseco en cualquier construcción, su dualidad como objeto de arte utilitario. La mayoría de la gente solo necesita una simple casa, no exige que ésta tenga valor artístico. Sin embargo, la belleza de la arquitectura o al menos su sencillez es necesaria e incluso indispensable para todas las personas.
Sería muy útil para la sociedad que los escritores tocáramos este tipo de temas y discutiéramos la arquitectura “a nivel de la calle”. Crear diálogos comprensibles e inclusivos para poder aprender de las necesidades legítimas de todos los habitantes de nuestras construcciones. Aunque las discusiones e investigaciones académicas son necesarias para la preservación histórica y en general para la creación del conocimiento, sus disertaciones no deberían de ser los únicos objetivos del trabajo de los expertos.
Por su parte, el saber popular relacionado a la construcción es la energía creativa que da origen a lo que Christopher Alexander llamaba en su libro “El modo intemporal de construir” (1979), “la calidad sin nombre”, que es lo típico que encontramos en los pequeños pueblos, donde la homogeneidad de las construcciones, de sus materiales y proporciones, permite una armonía notable sin que destaque ninguna de ellas, mientras que sus creadores permanecen en el anonimato. Esto sucede en contraste al sistema de promoción y publicidad característicos de la sociedad consumidora en las grandes ciudades, que necesita habitar edificios “de autor”.
Lorenzo Rocha

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