El geógrafo urbano David Harvey, seguidor de las ideas urbanas de Henri Lefebvre, ha escrito: “Somos nosotros los ciudadanos, no los promotores inmobiliarios, los planificadores empresariales o las élites políticas, los que construimos verdaderamente la ciudad y solo a nosotros nos corresponde controlarla”.
En tiempos como los actuales en los que los habitantes de las grandes urbes enfrentamos crisis medioambientales, económicas y políticas, son momentos en los cuales entra en cuestionamiento profundo nuestro perverso sistema económico capitalista. Sabemos de sobra que las ciudades son fenómenos económicos, que crecen y se desarrollan gracias a la concentración local de los excedentes de la producción, lo cual implica que la existencia de las ciudades depende directamente del capital financiero y de la división de clases sociales, asi como del consumo de bienes y servicios, tanto como de las industrias culturales.
Los autores marxistas como Lefebvre y Harvey junto con otros sociólogos como Manuel Castells, Richard Sennett y Andrew Merrifield abogan por una postura anticapitalista frente al entorno urbano. En muy distintos modos presentan argumentos que distinguen a la ciudad, como entorno físico construido por arquitectos y urbanistas, de “lo urbano” que es la ciudad menos los edificios, o dicho de otra manera el capital humano, que utiliza su entorno para expresar sus ideas y protestar contra las injusticias de su sistema social. ¿Habrá algún modo en el que sea posible compaginar el desarrollo urbano, con la distribución igualitaria de la riqueza? ¿Será posible seguir sosteniendo el crecimiento de las ciudades ante la amenaza del calentamiento global? Seguramente las respuestas a estas preguntas son complejas y tan múltiples que no es posible resumirlas en opiniones afirmativas o negativas, sino condicionales. Hay algo que es seguro, el modo de proceder de los actuales gobiernos está equivocado, si nuestros líderes y nosotros mismos aspiramos a soluciones reales a los problemas urbanos, debemos actuar de manera radical y posiblemente renunciar a nuestro modo de vida actual. Quizá por esta razón, los países más poderosos como Estados Unidos y China eluden pronunciarse al respecto, porque sus ciudadanos y gobiernos no desean en absoluto que cambie el Statu quo. Pero desgraciadamente aunque probablemente en el futuro no será radicalmente distinta, nuestra forma de vida va cambiar necesariamente, por la via voluntaria o por la fuerza.
Lorenzo Rocha