jueves, 9 de enero de 2020

VALOR DE USO

En su libro “Atmósferas” escrito en 2003, el arquitecto suizo Peter Zumthor, quien obtuvo el premio Pritzker en 2009, menciona como sus valores personales para apreciar la calidad de la arquitectura, como un correcto y coherente balance entre la forma, la utilidad y la relación del edificio con el entorno en el que se encuentra, el “Sentido de lugar”.
 Dentro de la escala de valores con la que la sociedad define la calidad de la arquitectura, el valor de uso es quizá el más difícil de determinar. La calidad arquitectónica se refleja principalmente en la forma, la cual es distribuida entre el público eficientemente mediante las imágenes. Si un edificio es bello, aunque este valor sea subjetivo, se considerará de buena calidad. La mayoría de los premios, reseñas y publicaciones acerca de un edificio toman como parámetro principal la forma y de este modo es como se construye la fama de su autor y por consiguiente su paso a la historia de arquitectura. 
Pero prácticamente ningún edificio entra dentro estas categorías por ser útil. En primer lugar porque solamente sus usuarios son capaces de determinar si lo es. La utilidad de la arquitectura es su esencia fundamental como arte aplicada y lo que la diferencía de las artes puras. Nadie puede saber si un edificio es útil solamente viéndolo en fotografías, es algo que se constata en persona y que además es variable según pasa el tiempo.
La obsesión de los “Arquitectos-estrellas” por la forma proviene posiblemente de su anhelo por separar a la belleza de la utilidad para convertir sus creaciones en objetos escultóricos que puedan ser admirados sin importar su valor social. La postura de dichos arquitectos es sin duda narcisista ya que poco les importa el destino final de sus edificios, más allá de su momento fotográfico y medático, que puede beneficiar su notoriedad y garantizarles más encargos futuros. El valor simbólico de los edificios bellos tiene la capacidad de atraer el interés de las compañías multinacionales y de los gobiernos de muchas ciudades y países, lo cual se traduce en fama y fortuna para sus creadores.
Por su parte, la utilidad, la satisfacción de las necesidades de las personas que habitan en los edificios, genera un bajo perfil para los proyectistas, ya que no es posible transmitirla mediante imágenes concretas. Probablemente ahora que hay un ambiente general de desengaño con los valores dominantes de la sociedad, quizá la “Arquitectura responsable” pueda tener mayor aceptación general. Cuando las emergencias climáticas reclaman modos más ecológicos de construir y de reciclar construcciones obsoletas para un uso readaptativo, quizá la forma y la imagen pierdan relevancia y dejen de ser los valores más importantes de la arquitectura contemporánea.
Lorenzo Rocha

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