El vasco es un idioma local que se habla en el norte de España y cuyos orígenes precisos no se conocen con certeza. Es una lengua muy poética con anclaje a los paisajes y creencias locales. En vasco, luna se dice: hilargia, cuya etimología es: “la luz de los muertos”. Este es un buen ejemplo del reflejo del misticismo en un lenguaje vernáculo.
La muerte en México se percibe de manera muy diferente que en el resto de América y Europa. En algunos aspectos el culto a la muerte en nuestro país se asemeja más a culturas asiáticas como la India, que a otros países de habla hispana.
Para los mexicanos la muerte es el elemento que crea la igualdad universal de todas las personas, no importa si en vida fuimos afortunados, talentosos, ricos o pobres, todos llegamos del mismo modo ante nuestro inminente final. Este pensamiento, aunque pueda resultar angustioso, es de algun modo también un recordatorio del valor de la humildad. Las viñetas de José Guadalupe Posada lo mostraron de manera contundente y hoy en día todos los años las “Calaveritas” nos lo recuerdan en sus jocosos versos.
Los europeos católicos creen en la vida eterna y en sus cementerios representan con estatuas el triunfo de la vida sobre la muerte. Nosotros también somos cristianos, pero nuestra creencia en la inmortalidad del alma está matizada por una cierta dosis de irreverencia, que es característica fundamental de nuestro mestizaje. Nuestra cultura popular cuenta con infinidad de representaciones óseas hechas de chocolate y azúcar. Casi en cada hogar se monta el propio altar para recordar a los parientes y amigos muertos, y en los pueblos y barrios populares de las grandes ciudades casi no hay ninguna familia que no visite el camposanto y adorne con flores de cempasúchitl las tumbas. El dia de muertos festejamos, bebemos, lloramos y pretendemos convivir con nuestros deudos. Quizás parezcamos alegres, pero en cierto modo también de este modo disfrazamos nuestro miedo a morir.
Como todas las culturas con tendencia animistas, le conferimos a los objetos atributos sobrenaturales y pensamos que dejando panes y bebidas en el altar, agradaremos a quienes se nos han adelantado.
Los pueblos precolombinos veían a la muerte como un regalo para los dioses, y por ello casi todas sus construcciones contaban con Tzompantli, un muro hecho de cráneos humanos una veces auténticos y en ocasiones representados en piedra labrada.
Lorenzo Rocha