Theodor W. Adorno y Max Horkheimer hacen una crítica al mundo moderno en su obra clásica de 1944, “Dialéctica de la ilustración”. Los autores critican a la ilustración como un movimiento que, en busca de la certeza, eliminó el contacto de las personas con la imaginación.
Los mitos y las creencias ancestrales han pasado a segundo plano en el mundo moderno. Ahora que casi todo se puede explicar científicamente, la razón ha sustituido a la imaginación. Pero el ser humano no ha perdido su parte espiritual y sigue creyendo en lo divino y en la magia. Esta fuerza emocional humana, ha sido transferida perversamente hacia el campo de la propaganda y la publicidad, para persuadir a las personas para que voten por tal partido político o compren algún producto específico, aprovechándose de sus temores y prejuicios.
La arquitectura juega un papel importante dentro del valor simbólico representativo de las construcciones, en cuanto a la materialización de las instituciones o corporaciones a las que albergan. El edificio para un banco o para una institución de justicia, debe expresar confianza, solidez y durabilidad, que coinciden con los atributos de las entidades que los encargan a los arquitectos.
Al respecto Adorno y Horkheimer escriben: “La victoria (de la técnica publicitaria) es tan completa que en los puntos decisivos ni siquiera tiene necesidad de hacerse explícita: las construcciones monumentales de los gigantes, publicidad petrificada a la luz de los reflectores, carecen de publicidad y, todo lo más, se limitan a exponer en los lugares más altos las iniciales de la firma, lapidarias y refulgentes, sin necesidad de ningún autoelogio.” Este es el modo como los arquitectos colaboramos con el poder, voluntaria o involuntariamente. Es mejor que al menos lo tengamos claro y si estamos a favor de ello, tengamos la honestidad de manifestarlo abiertamente, sin doble moral, o de otra manera, negarnos a colaborar con dichas instituciones.
Lorenzo Rocha
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