En 1921, Le Corbusier presenta su idea de la “máquina de habitar”, en su texto “Ojos que no ven… los aviones”: “El problema de la casa no se ha planteado. Los elementos actuales de la arquitectura ya no responden a nuestras necesidades. Sin embargo existen las normas de la vivienda. La mecánica lleva en sí el factor de economía que selecciona. La casa es una máquina de habitar”.
Resulta especialmente interesante, la anécdota contada por Beatriz Sarlo, en la segunda parte de su libro “La máquina cultural”. El pasaje que narra la relación de Victoria Ocampo con Le Corbusier, cuando en 1926, ésta le encargó varios proyectos en Buenos Aires que no se realizaron, por falta de inversores, para finalmente gastar todo su dinero y encargarle una “casa moderna” en 1928 al arquitecto local Alejandro Bustillo, el cual acepta pero la realiza de mala gana. Todo un ejemplo del intento de traducción de ideas vanguardistas extranjeras en un medio que no las acepta.
La “máquina cultural”, recuerda al “dispositivo arquitectónico” de Michel Foucault, que es una adaptación de la idea de Panóptico de Jeremy Bentham al modelo de prisión, convento, fábrica, colegio u hospital, que caracterizan al argumento central expuesto por Foucault en “Vigilar y castigar”.
Lateralmente el concepto arquitectónico de máquina aparece en Guido Canella, en su tratado sobre las formas teatrales. El “Teatro-máquina” o teatro desmontable, el cual llega a su máxima expresión en el proyecto no realizado para el Totaltheater de Walter Gropius.
Esta tradición continúa hasta las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX, cuando el grupo Archizoom crea su proyecto utópico “No stop city” y paralelamente otro grupo, Archigram compite con su idea de “Instant city”. Ideas utópicas que tuvieron influencia importante sobre Renzo Piano y Richard Rogers, quienes las materializaron en su proyecto para el Centro Georges Pompidou en Paris, construido de 1971 a 1977. Quizá la idea de máquina cultural llevada a un extremo excesivamente literal.
Lorenzo Rocha
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