En 2020, se publicó en Francia el libro de Guillaume Faburel: Pour en finir avec les grandes villes. (“Para terminar con las grandes ciudades, un manifiesto ecologista post-urbano”), el cual sostiene que la migración de la ciudad al campo sería la única y mejor opción para el futuro de la población del planeta.
Las ciudades son inevitablemente, consecuencias de fenómenos económicos, concentraciones de personas agrupadas por motivos comerciales, productivos o distributivos. La cercanía al agua, a las vías de comunicación marítima, fluvial, aérea, ferroviaria o terrestre, es esencial para la viabilidad de una ciudad, en el sentido centralizado que conocemos. Sin embargo, la tecnificación de la agricultura, la ganadería, la piscicultura, ha prescindido en gran medida de dicha centralidad, que solía ser hasta mediados del siglo XX, la característica esencia de lo urbano. En la actualidad lo urbano ya no depende de la concentración en núcleos densamente poblados, las comunicaciones, el transporte y la conectividad virtual, han propiciado una urbanización a nivel planetario. La economía post-industrial permite la diseminación del estilo de vida urbano a cualquier rincón del planeta, con sus consecuencia positivas y también negativas. La población que emigra desde los núcleos urbanos hacia los medios rurales provoca fenómenos de urbanización en entornos con densidad baja de población.
La planificación del decrecimiento y la conciencia de la finitud de los recursos, naturales no son sinónimos de la descentralización urbana. Si bien la migración de la ciudad al campo, disminuye la población concentrada en las metrópolis, simplemente traslada el cúmulo de dinámicas y problemas urbanos a los entornos rurales. El decrecimiento conlleva estrategias distintas, en primer lugar la redensificación de los entornos urbanos ya dotados de infraestructuras y servicios operativos y en segundo lugar una tarea algo más difícil, que conlleva una actitud hasta ahora inédita: la intención manifiesta de desacelerar el crecimiento económico.
Lorenzo Rocha