jueves, 15 de septiembre de 2022

ABDUCCIÓN

“El diseño no se puede enseñar, solo se puede aprender”, decía el diseñador danés Per Mollerup. De este modo, al estudiante de arquitectura solamente hay que ayudarlo a que aprenda a pensar de manera crítica, lo demás será capaz de aprenderlo por sí solo.

El pensamiento crítico es sin duda, la herramienta más poderosa para la enseñanza de la arquitectura. Es más útil que la inteligencia y la razón pura, ya que se fundamenta en la formulación de preguntas acerca de los problemas arquitectónicos, en lugar de buscar solamente las respuestas mediante fórmulas comprobadas anteriormente.
Las metodologías tradicionales de investigación en la mayoría de las ciencias, se pueden clasificar en dos grandes grupos: deductivo e inductivo. En el primer caso se trata de deducir una verdad particular a partir de principios generales y en el segundo, de lo contrario: extraer el principio general implícito en sucesivas observaciones o experiencias particulares. Pero en la teoría de la arquitectura, quizá por la voluntad muchas veces especulativa de sus exponentes, se incurre con frecuencia en la abducción, que es el silogismo cuya premisa mayor es evidente y la menor es solo probable, lo cual provoca que la conclusión sea poco fiable. Esto se debe a que la arquitectura no es un fenómeno natural, sino resulta de un trabajo intelectual y creativo.
Dado que los diseñadores somos los sujetos de estudio de dichas teorías y en ocasiones también somos quienes las elaboramos, su desarrollo se complica notablemente, ya que somos capaces de anticipar una buena parte de las críticas y por lo tanto manipular las opiniones de los expertos, para aprovecharlas a favor de la promoción y difusión de las obras, mediante sus imágenes y textos.
Quizá una buena práctica que se podría implantar para mejorar la teoría de la arquitectura, sería invitar a opinar a personas con formaciones en ciencias sociales, como geografía, economía o sociología, que sean ajenas al medio académico arquitectónico y puedan romper los círculos viciosos.
Lorenzo Rocha

 

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