“Hoy, cada momento de la apariencia estética trae consigo la incoherencia estética, contradicciones entre lo que la obra de arte parece y lo que la obra de arte es… legalidad estética: que la obra se asemeje a su propio ideal objetivo, no al del artista.” Theodor W. Adorno Teoría estética.
Durante el modernismo, la arquitectura se sometió a una serie de reglas compositivas que tendieron a la instauración de un sistema objetivo y funcional para gobernar a la disciplina proyectual. El funcionalismo, una de las corrientes con mayores repercusiones a nivel global, se convirtió en la expresión artística más pura y objetiva, en la que el gusto popular quedó marginado del juicio estético.
Desde entonces, las decisiones del proyectista han quedado colocadas por encima del gusto popular y le han dado al arquitecto, una autoridad superior al resto de las personas, todo ello en nombre de su elevado conocimiento y su fundamento racional como experto. Pero el público en general, nunca ha perdido su derecho a elegir según su gusto y si éste difiere del de los expertos, optará por encargar la construcción a un técnico que cumpla sus deseos al pie de la letra, o bien en muchos casos, construirá él mismo su propia vivienda. Entonces los expertos sancionarán que estas prácticas no son arquitectura, alejándose aun más de una comunicación sana con las personas comunes.
Tanto los teóricos de la estética de la ilustración como Kant y Hegel, como los modernos, como Benjamin y Adorno, han contribuido a separar al arte de su público, mediante consideraciones profundas sobre la separación entre la utilidad y la belleza, que es inexistente ante los ojos de quien no es experto, y no sea arquitecto, artista, o filósofo. De este modo, todo aquella construcción que presente referencias literales a estilos históricos o que pretenda imitar a la arquitectura exótica de otras latitudes, simplemente será condenada como “de mal gusto”, sin ningún reconocimiento de las formas de expresión popular, que son inseparables de aquellas consideradas como parte de una “alta cultura”.
Lorenzo Rocha (foto: Adam Wiseman)
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