Durante los últimos 50 años, la tendencia general del desarrollo urbano se ha orientado hacia un modelo de alta densidad y baja altura, el cual ha sido efectivo para aprovechar eficientemente las infraestructuras y mejorar la calidad de vida de los residentes. Sin embargo, recientemente han surgido otras tendencias.
Algunos ejemplos de teorías urbanas que siguen el modelo de alta densidad se pueden encontrar en notables trabajos como el libro: Livable environments, escrito por Roland Rainer en 1972. A esta corriente le han seguido otros arquitectos como Jan Gehl y David Sim, que han expuesto y llevado cabo algunas de sus ideas sobre la construcción de “ciudades suaves” y “ciudades para la gente”.
No obstante, todas las propuestas hasta ahora han estado alineadas con las directrices que marca el mercado inmobiliario y no se ha conseguido transmitir aun con la suficiente fuerza el interés público del suelo urbano, por lo cual sigue siendo objeto de la especulación. Salvo en contados casos, en los que el Estado ha asignado suelo público para la construcción de cooperativas de vivienda, como en Dinamarca, Uruguay, Alemania y España, el terreno urbano continúa siendo un bien con un valor de cambio que está por encima de su valor de uso.
Quizá por estos motivos, últimamente existe una moderada tendencia a la migración hacia el campo, principalmente por un sector que cuenta con altos recursos económicos. Estos nuevos desarrollos son fincas con extensiones de varios miles de metros cuadrados, en los que solo se permite edificar alrededor de la décima parte, y donde el resto de la tierra se destina al cultivo o a la preservación de especies vegetales y ecosistemas en peligro de extinción.
Se trata de nuevos modelos para negocios inmobiliarios, que si bien son minoritarios, muestran un cambio de actitud en un sector con alto poder adquisitivo que opta por la baja densidad, que en ocasiones alcanza niveles de una vivienda por hectárea.
Lorenzo Rocha
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