Michael Hardt y Antonio Negri escribieron en 2004 un excelente libro titulado “Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio”, en el que analizan el comportamiento de las masas en un mundo contemporáneo, complejo y desintegrado. La multitud no es para ellos el equivalente al “pueblo”, sino un sistema altamente complejo de relaciones sociales.
Estamos acostumbrados a entender las fronteras como simples líneas divisorias imaginarias que separan a dos o más países o territorios definidos políticamente. Pero existen muchos otros tipos de fronteras invisibles que nos dividen incluso dentro de lo que consideramos como parte de la integridad de un lugar o un pueblo. Al mismo tiempo, es posible que algunos de nosotros nos sintamos más identificados con personas que habitan en el otro lado del mundo, que con nuestros propios vecinos y lo que consideramos la “comunidad”.
La complejidad de los sistemas políticos no es intencional, ni es una invención de los investigadores. El matemático argentino Rolando García estableció que tanto la estabilidad como la inestabilidad son ambas condiciones presentes en la propia estructura de los sistemas. También definió la resiliencia como la capacidad de un sistema de recuperar la estabilidad después de una perturbación. Para uno, que no es experto, ambos enunciados parecen hasta cierto punto paradójicos, ya que si la inestabilidad es inherente al sistema, entonces se complica concebir la idea de perturbación.
En todo caso, los sistemas complejos resultan de la sobreposición de sistemas simples, cuando una misma condición tiene que ser cumplida simultáneamente por dos sistemas superpuestos. Esta situación es muy común en el diseño arquitectónico, urbano y de paisaje. Estas disciplinas se enfrentan constantemente con requerimientos contradictorios y deben lidiar cotidianamente con conflictos de intereses. Cuando son capaces de satisfacer las necesidades para las que se han creado, transmiten un nivel muy alto y profundo de adaptabilidad, armonía y orden.
Lorenzo Rocha
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