La corriente crítica en la teoría de la arquitectura, la cual comenzó aproximadamente en los años sesenta del siglo pasado y se consolidó en las dos siguientes décadas, está lejos de haber cumplido su misión.
A pesar de todo lo que se ha escrito y discutido a nivel mundial sobre la naturaleza de la crítica, aun continúa considerándose como una postura negativa y pesimista. La crítica en arquitectura, el cuestionamiento de los principios históricos que la han regido en sus distintas épocas, ha demostrado ser una manera solvente para la evolución de esta disciplina.
Es cierto que lo que afirma Rem Koolhaas: “existe una parte importante en el fundamento de la arquitectura que no puede ser crítica”, un arquitecto por demás pragmático, lo cual no deja de complicar aún más la comprensión de la criticalidad en arquitectura.
Si los arquitectos no cuestionamos constantemente nuestra labor y el papel social de lo que producimos, es imposible que avancemos hacia la satisfacción de las necesidades que la propia sociedad nos exige.
Hoy en día es posible resumir los dilemas en la arquitectura actual en dos grandes preguntas. La primera es respecto a la diferencia entre el diseño y las soluciones, ¿por qué motivos, mientras más evoluciona el diseño, menos satisface las necesidades del gran público? Los proyectos singulares para las instituciones públicas y privadas expresan un altísimo nivel, al igual que las viviendas particulares e incluso ciertas iniciativas para solucionar la vivienda colectiva. Sin embargo, la participación de los arquitectos sigue relegada a menos de un décimo de todos los proyectos que se realizan, siendo la vivienda autoproducida enormemente mayor que aquella diseñada por profesionales.
La segunda cuestión es ¿por qué hemos perdido la capacidad de hacer ciudades? Sin duda los urbanistas planifican y ejecutan grandes planes para los nuevos asentamientos humanos por todo el globo, solo que dicho crecimiento se lleva a cabo por unidades habitacionales monoculturales que están desligadas de lo urbano. Podemos seguir construyendo dichas unidades aisladas hasta el infinito, pero difícilmente las podemos llamar ciudades en cuanto a su condición de contribución al tejido urbano.
Lorenzo Rocha (foto ORU)
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