Melvin Webber, el planificador americano escribió en 1964 un interesante libro titulado Explorations into Urban Structure, en el cual acuñó las frases: “Comunidad sin propincuidad” y “el no-lugar en el ámbito urbano”.
Las ciudades nuevas en casi todo el mundo han sido asociadas con los no-lugares quizá por su carácter tan extremo de eficiencia. El fenómeno del desarrollo urbano planeado después del fin de la Segunda Guerra Mundial, ha propiciado multiples críticas desde el ámbito de la teoría urbana. Las ciudades tradicionales no se hicieron todas de una sola vez, fueron creciendo y enmendándose, ensanchandose hasta llegar a su forma actual.
La pretensión moderna del “urbanista tecnócrata” que se considera a sí mismo como el gestor principal de un sistema, ignora la construcción social del espacio, lo cual conlleva una sensación de vacío en los habitantes.
Una de las ciudades nuevas edificadas en la década de los años sesenta en el Reino Unido es Milton Keynes, en Buckinghamshire. Los ingleses la consideran como una de las ciudades más aburridas de su país. Este “vacío de lugar” (en inglés ‘placelessness’), responde un modo de vida alienado en el que gran numero de habitantes comparten el espacio público pero no conviven, no se conocen. Este individualismo contemporáneo se sigue replicando en casi todo proyecto de vivienda privada contemporáneo, en el que los vecinos son vistos como un mal necesario y la solidaridad con el prójimo es cosa que solo ejercitan las personas mayores. En nuestro país también sufrimos de esta “soledad en compañía” que afecta a los grupos que se encuentran en desventaja y dependen de sus familias para desarrollarse, como las personas discapacitadas, los niños y los ancianos.
Sería deseable que se intentara recuperar el espíritu cooperativo convivencial que dio origen a proyectos de vivienda popular como los que se hicieron en México en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado.
Lorenzo Rocha
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