Las décadas de 1920 y 1930 fueron sin duda puntos cruciales en el desarrollo de las ideas modernistas en arquitectura. En este período se construyeron: el edificio de la Bauhaus en Dessau (Walter Gropius, 1926), el Barrio Moderno Fruges en Pessac (Le Corbusier, 1926) y el Pabellón alemán en la feria de Barcelona (Mies van der Rohe, 1929). Se trata de tiempos en los que la política, las guerras y las ideologías, sometieron al arte a tensiones sin precedentes, de las que probablemente no ha vuelto a padecer. Quizá por ello, Walter Benjamin escribió: "La consecuencia lógica del fascismo es una estetización de la vida política (…) al lo cual el comunismo responde con una politización de la obra de arte”, en su célebre ensayo: La obra de arte en la época de su reproducción mecánica.
Dentro de este contexto surgió una figura notable, el arquitecto Hannes Meyer, quien dirigió la Bauhaus de 1926 a 1930. Como sabemos, además el arquitecto suizo vivió en México de 1938 a 1949, dejando una estela importante en nuestra propia cultura arquitectónica. Además de ello, dejó para la posteridad una obra muy importante de la que destaca la Escuela Sindical de la ADGB, en las afueras de Berlín, concluida en 1930.
Meyer acuñó ideas muy importantes durante su período como director de la Bauhaus, en la que se definió a si mismo como un Baulehre (maestro constructor). Entre ellas las más importantes son: “La modernidad se conforma por su relación directa con con la existencia humana. La construcción es la organización deliberada de los procesos vitales”. A las que se suman: “El arquitecto se está convirtiendo en un especialista en la organización (…) en las relaciones funcionales cotidianas de los entornos espaciales construidos.” Y por ultimo su lema principal, que aun se utiliza en la Bauhaus como su guía ideológica: “Demandas del pueblo, no demandas del lujo.”
Lorenzo Rocha
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