jueves, 8 de julio de 2010

MIRADA INVISIBLE


En un mundo visual, parecería que perder la vista sería el hundimiento de la persona en un mundo oscuro y angustiante. Los fotógrafos invidentes demuestran lo contrario. Nos muestran que nuestro ocularcentrismo es un tipo de ceguera más dañino que cualquier otro. Comencemos por reflexionar en torno a la diferencia que existe entre vista y visión, los fotógrafos ciegos tienen visiones mentales que pueden compartir con el resto de las personas usando una cámara fotográfica.

En días pasados se inauguró la exposición La mirada invisible, una colectiva internacional curada por Douglas Mc Collugh, en el Centro de la Imagen de la Ciudad de México. Los trabajos presentados en la muestra son tan diversos entre sí como los de cualquier grupo de artistas, lo cual implica que clasificarlos por su ceguera no resulta una condición suficiente que justifique su agrupación. Tres de ellos destacan por su profundidad poética: Evgen Bavcar, Kurt Weston y Gerardo Nigenda, quien desgraciadamente falleció hace dos meses, a los 43 años. Nigenda combina escenas con un tinte autobiográfico, situaciones de alto contenido emocional, combinadas con sencillas frases (algunas veces simples descripciones, otras con un gran contenido poético). Estas frases están además estampadas sobre las fotos en escritura Braille, lo cual las hace accesibles a todas las personas, videntes e invidentes.

El arte surrealista tiene una similitud curiosa con las fotografías de la exposición, que no es de ningún modo casual: los artistas del surrealismo buscaron una subversión de las imágenes, alterando las coordenadas de la realidad, ya que sus fotografías, al igual que las de los ciegos, partían de la intención de materializar imágenes mentales. Para artistas surrealistas como Man Ray o Eli Lotar, lo verdaderamente importante era saber mirar con los ojos cerrados, debido a que, como todos sabemos, lo que entendemos como realidad no es más que un sistema de aproximaciones con el que cada quien construye su imagen del mundo.

Lorenzo Rocha

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