jueves, 30 de septiembre de 2010

CIUDADES PARA NIÑOS


Si el diseño de la ciudad fuera adecuado para la niñez, entonces lo sería también para todas los demás sectores de la población. Sin embargo, parece que el espacio urbano moderno ha sido creado para satisfacer exclusivamente los deseos y necesidades de los adultos, dejando fuera de la ecuación a los niños, a las personas ancianas y a todo aquel que tenga capacidades diferentes. El urbanismo del siglo XX perdió contacto con las necesidades generales de los habitantes alrededor de la década de los sesenta, cuando el suelo urbano se comenzó a gestionar como un bien comercial, lo cual supeditó el diseño a las leyes del mercado inmobiliario y dejó de lado las necesidades básicas de las comunidades.

Muy pronto en las grandes ciudades ya no habrá nadie que recuerde haber jugado en la calle sin la supervisión de sus padres y, por supuesto, los juegos propios del espacio público habrán desaparecido.

En Holanda surgió en la siguiente década después del final de la Segunda Guerra Mundial un personaje interesante. Se trata del arquitecto Aldo van Eyck, uno de los pocos arquitectos europeos que puede ser considerado como “antimoderno”. Tras haber participado con notoriedad en la construcción de diversos edificios públicos, Aldo Van Eyck renegó de los preceptos básicos del Modernismo durante el CIAM XI (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna), que se llevó a cabo en Otterlo en 1959.

A partir de este año, el arquitecto se especializó en una práctica urbanística con enfoque altamente social que consistía en la búsqueda y transformación de terrenos baldíos para convertirlos en áreas de juegos para niños. Durante esta época, hasta 1978, se realizaron más de setecientas áreas de juego en las principales ciudades holandesas. Van Eyck diseñó la mayoría de éstas y el mobiliario urbano, que todavía se produce en serie. Se trató de una práctica urbanística no jerarquizada que incorporó al diseño de los barrios elementos cuya función era dotar a los niños de espacios para la formación de sus propias personalidades.

Lorenzo Rocha

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