Sin la luz el espacio es una dimensión imperceptible, sin el tacto se vuelve prácticamente inexistente. Los invidentes no perciben la luz, pero sí conocen la dimensión espacial gracias a la agudeza de sus otros sentidos. Pero todos los sentidos son una especialización de uno solo: el tacto. Los órganos sensoriales cuentan con tipos de piel que transmiten los estímulos del medio ambiente al cerebro. De este modo, la retina es un tipo de piel que es sensible a la luz, cuando vemos, estamos tocando al objeto con nuestros ojos. También el oído es una forma de tacto, el tímpano tiene una membrana que vibra de acuerdo a las ondas sonoras que la estimulan, y traduce esta vibración en lo que percibimos como música, palabras o simple ruido.
El compositor francés Claude Debussy decía: “La música es la aritmética de los sonidos, como la óptica es la geometría de la luz”. Está claro que nuestra percepción parte siempre de nuestra condición subjetiva y está subordinada a nuestras expectativas y clasificaciones, por lo tanto no existe el “ojo inocente”. Todo objeto, externo a nosotros, debe ser experimentado para llegar a concebirlo dentro de nuestro espectro de conocimiento, pero el objeto es todo aquello que establece la diferencia entre la experiencia y la información. El espacio también es objetivo, para visualizarlo —que no es lo mismo que verlo— para aprehenderlo, es necesario experimentarlo con todos los sentidos y no basta el acceso al conocimiento científico o documental de éste.
La geometría de la luz es lo que deriva de la experiencia del espacio, incluso en la oscuridad total podemos percibir el espacio. Un caso interesante del tratamiento biológico de la vista son los peces. En aguas poco profundas, los peces tienen infinidad de colores, que les sirven para defenderse de los depredadores y para el apareamiento, pero aquellos peces que habitan las profundidades abismales, donde no llega la luz del sol, desarrollaron la bioluminiscencia, un proceso bioquímico que les permite brillar en la oscuridad y comunicarse de igual modo, sin la necesidad del color.
“El mundo no tiene centro. Sólo luz. De la claridad, la forma. De la densidad, la sombra. De la revelación, el instante, de su condensación, poesía”. En este breve texto de Jesús Coss se nota con claridad la condición heterotópica con la que percibimos el espacio, sin un solo centro, sin una jerarquía vertical, por una suma de experiencias yuxtapuestas, con la convivencia acrítica simultánea de lo uno con lo otro en un solo tiempo y lugar.
Lorenzo Rocha
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