Al norte de la ciudad de México, dentro de Las Arboledas, se encuentra un pequeño desarrollo inmobiliario llamado Los Clubes que fue planeado por Luis Barragán en 1961. Dentro de dicho conjunto de casas y establos, Barragán construyó para la familia Egestrom, una casa y la famosa Cuadra San Cristobal en 1967. Se trata de una verdadera obra de arte por el perfecto equilibrio que el arquitecto consiguió entre el espacio, la luz y el color.
Las obras maestras de arquitectura son hasta cierto punto los objetos de arte más frágiles. A pesar de su aparente solidez, cuando una construcción cambia de función, es muy difícil que su readaptación se apegue a sus características espaciales originales, ya que sus habitantes —en este caso, humanos y equinos— constituyen una parte esencial en la experiencia de sus espacios. Además su conservación es muy costosa y si llegan a perder su destino y valor original, fácilmente pueden ser transformadas o demolidas si es que no encuentran un modo de ganarse su permanencia como museos o monumentos. No hay que olvidar que la arquitectura está ligada inevitablemente al mercado inmobiliario, el cual tiene como su principal portavoz al bulldozer. El orígen de este fraccionamiento fue la expansión de la ciudad hacia los suburbios, pero nuestra metrópolis ha crecido tanto, que hay una intensa presión comercial sobre muchas zonas que solían ser remotas. La casa es visitada diariamente por numerosas personas interesadas en la arquitectura de Barragán: estudiantes, turistas, arquitectos o simples curiosos. Algunos son mexicanos, pero la gran mayoría proviene del extranjero, curiosamente de Japón. Parece ser que la cuadra se ha vuelto un lugar preferido para la peregrinación turistica que viaja desde del lejano oriente, esto no deja de ser extraño ya que entre las influencias de Barragán no se cuentan elementos provenientes de la cultura del sol naciente.
Desde hace algún tiempo la casa y la cuadra están en venta y aunque la lista de posibles compradores no es muy extensa, nos preguntamos cuál podría ser su futuro. ¿Quién podría estar interesado hoy en día en adquirir una casa de tales dimensiones con espacio para cuidar y entrenar a una docena de caballos de salto? Si la comprara alguien que no estuviera interesado en habitarla o en la hípica, ¿que destino podría darle a la propiedad? Estas son preguntas muy difíciles de contestar, esperemos que encuentre su mejor destino, por el bien de quienes ahora disfrutamos de su magnífica arquitectura.
Lorenzo Rocha
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