El urbanismo es un tema de moda, mucha gente opina al respecto, se queja de los problemas que encuentra por las calles, habla de las nuevas vialidades y construcciones, pero en todo ello hay una noción preconcebida de lo que debería ser la ciudad. Henri Lefebvre escribió un breve pero imprortante libro en 1968, titulado precisamente “El derecho a la ciudad”. En su escrito, establece claramente la diferencia entre la ciudad y lo urbano, resumiendo su pensamiento, lo urbano es la ciudad menos su arquitectura, es el devenir fluido y fugaz del contacto entre las personas en el espacio urbano. Cuando escuchamos o leemos opiniones sobre el urbanismo, en general, se tratan de la dimensión física de la ciudad, de las casas, los edificios, las calles y los puentes. Pero la verdadera dimensión de la realidad urbana no está en la arquitectura, los problemas más importantes que afectan a todos por igual no derivan directamente del diseño urbano. No hay nada más democrático que los problemas de la ciudad: la contaminacíón ambiental, la inseguridad, el tráfico, la segregación social, afectan a todos los que la habitamos, aunque creamos que podemos encerrarnos en burbujas dentro de los automóviles o en nuestros barrios y redes sociales. Las cuestiones derivadas de la vida en la ciudad, escribe Lefebvre, “no han tomado todavía, en el nivel político, la importancia y el sentido que tienen en el nivel del pensamiento, la ideología y en el de la práctica”. Si bien han pasado 45 años desde la publicación del texto, aún se escucha hablar o se lee acerca del urbanismo siempre reducido a una cuestión lineal de relación entre oferta y demanda (de espacio, servicios o vivienda) y es rara, o casi nula una discusión pública sobre las implicaciones profundas que dan origen y transforman diariamente a la ciudad.
La ciudad es la obra colectiva de sus propios habtantes, quienes tienen la responsabilidad y el verdadero poder para transformarla, no se trata de una simple relación entre gobernantes y gobernados, sino de la relación entre todos estos como moradores del espacio urbano, no olvidemos que los gobernantes también habitan la ciudad y sufren de sus problemas como todos las demás personas. También se critica duramente a los constructores de la vivienda, por su intención lucrativa y especulativa, cuando en realidad están en gran medida respondiendo a las reglas que establece el mercado, y aquí de nuevo, no olvidemos que el mercado lo formamos todos los habitantes de la ciudad, incluidos los propios arquitectos y desarrolladores.
Lorenzo Rocha
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