Hagamos un ejercicio sencillo: escribamos el nombre de cualquier ciudad en un buscador de Internet. ¿Con qué imágenes nos encontraremos? Si escribo "Ciudad de México", resulta que la mitad de las fotos incluyen al Ángel de la Independencia, o bien a la Torre Latinoamericana. Cuando busco "Rio de Janeiro", sale el Cristo del Corcovado en tres cuartas partes de las imágenes de la ciudad. Si pongo "Buenos Aires" aparece el obelisco de la Plaza de la República en la mitad de las imágenes. Al principio resulta divertido, pero es un ejercicio casi infinito y después de unos cuantos intentos, los resultados son demasiado predecibles.
Por una parte parece ser que la arquitectura o la escultura monumental, es lo que le da identidad a cada ciudad, al menos así lo indican los algoritmos que utilizan los programadores de buscadores informáticos. Entonces la ciudad de los iconos, de los edificios singulares, de los puntos de referencia, se opone a la ciudad genérica, anónima, que es la que experimentamos cotidianamente los habitantes de cualquier metrópolis moderna.
En 1961, cuando aún no existía Internet, el filósofo francés Paul Ricoeur publicó un ensayo titulado: "La civilización universal y la culturas nacionales", un texto que anticipa muchos de los elementos culturales que en su conjunto forman lo que hoy conocemos como "Globalización". Ricoeur escribe: "El fenómeno de la universalización es simultáneamente un avance y un retroceso para la humanidad, ya que constituye la destrucción de las culturas tradicionales (...) En cualquier lugar del mundo encontramos la misma mala película, las mismas máquinas tragaperras, las mismas atrocidades de plástico y aluminio, el mismo lenguaje tergiversado por la propaganda, parece que la humanidad se aproxima de forma masiva a la cultura del consumo y al mismo tiempo se encuentra detenida en un nivel subcultural".
La ciudad icónica es la negación de la ciudad genérica, si viajamos a cualquier ciudad y buscamos directamente sus obras de arquitectura singulares, o sus monumentos, seguramente los encontraremos, pero para ello habremos de recorrer los trayectos anodinos desde los aeropuertos o carreteras a traves de las periferias de dicha ciudades, que estarán pobladas de casas y edificios anónimos, de carteles publicitarios y pasos a desnivel, que muy probablemente serán iguales en cualquier parte del mundo.
El modernismo se agotó en su fascinación por la imagen de la ciudad y nos heredó una monumental pérdida de la identidad local de las ciudades. Antes era posible saber en qué ciudad nos encontrabamos a simple vista, ahora eso solamente sucede en los centros históricos y en algunos pueblos pequeños.
Lorenzo Rocha
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