Resulta muy triste constatar una y otra vez, el modo tan pobre en el que los urbanistas mexicanos hemos tratado en tiempos recientes los frentes acuáticos de nuestras ciudades. Es de todos conocido que los asentamientos humanos se encuentran en relación directa con las fuentes acuíferas, no hay ciudad sin agua. Desde la fundación de las ciudades, los acuíferos fueron los recursos más importantes para la supervivencia de la población, para su transporte y abastecimiento de bienes y servicios. Nuestra geografía es razonablemente afortunada respecto a los recursos hidráulicos. México, nuestra ciudad capital, se encuentra dentro de una cuenca lacustre, contamos con ríos importantes que cruzan nuestro territorio desde la frontera sur hasta el golfo, como el Río Grijalva, otros que corren caso a todo lo largo de nuestra frontera norte como el Río Grande y varios más como el Río Lerma, en el centro del país, el Balsas en el suroeste y el Papaloapan en el sureste. Por si fuera poco, tenemos 11 mil kilómetros de litorales frente al Océano Pacífico y al Golfo de México, al Mar Caribe y el Océano Atlántico.
Por todo esto resulta incomprensible que la mayoría de las ciudades por toda la república den la espalda al agua. Para nuestros planificadores urbanos, el mar es solamente para la vista, los ríos son basureros y drenajes y los lagos deben secarse y eliminarse.
Cada una de nuestras dos vertientes históricas trataron de distinto modo a los acuíferos, pero ciertamente con mucho mayor respeto que nosotros. Los mexicas edificaron la gran Tenochtitlán en islotes artificiales sobre los lagos de Texcoco, Chalco y Xochimilco, con sistemas de cultivo y transporte por canales que eran un prodigio tecnológico en la época y despiertan la envidia de sus pobladores actuales. Los españoles, que eran excepcionales navegantes y militares, fundaron ciudades con puertos amurallados impresionantes como Veracruz y Campeche. Hasta el principio del Siglo XX se seguía valorando la proximidad al agua como un valor urbanístico, prueba de ello son las bellas avenidas y malecones de Mazatlán y Tampico.
Los frentes acuáticos son parte del patrimonio de las ciudades, las ciudades con mejor calidad de vida en todo el mundo, cuentan con ríos limpios y playas prístinas. Despreciar nuestros frentes al agua además de un delito ecológico es una actitud autodestructiva desde el punto de vista inmobiliario.
Las ciudades que cuentan con ríos importantes deberían replantearse su explotación, el saneamiento de los ríos es una política sesgada e inconsistente sujeta a la agenda electoral del alcalde en turno, cuando alguno comienza a limpiar el río, su sucesor se encarga de ensuciarlo de nuevo. Peor aún es el tratamiento que le dimos a los ríos y lagos de la cuenca de México, los enterramos vivos y los encerramos en tubos, estas son las dos peores ofensas que se le pueden hacer a sus caudales. A veces nuestros ríos se rebelan e intentan liberarse, inundando nuestras calles, y reventando los drenajes, se escapan por los pequeños huecos de las coladeras, fluyendo en forma inversa a la que les hemos impuesto.
Siempre estaremos a tiempo de revertir el daño que hemos causado a los acuíferos, si no lo hacemos ahora, lo harán nuestros hijos, esperemos que no sea demasiado tarde para entonces, porque es innegable que el agua que ha sido desviada, siempre vuelve a encontrar su cauce natural.
Lorenzo Rocha
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