Mi buen amigo Ricardo Pohlenz solía presentar su programa de radio titulado “La vocación renacentista del milusos” con la siguiente frase: “En un futuro no muy lejano, el audio podrá verse”, él no sabía cómo es que esto sucedería, pero sí estaba seguro que sería dentro de poco tiempo. Creo saber un modo para que esto suceda. Siempre que leo alguna frase escrita por Pohlenz, recuerdo su voz grave y profunda y al mismo tiempo visualizo en mi mente al autor, a un hombre de gran estatura, como diría Carlos Amorales: “El escritor más alto de México”. ¿Será que la sinestesia es una preocupación que interesa también a los escritores? Normalmente somos los arquitectos y los artistas que trabajan con el espacio, como los escultores y escenógrafos, quienes pensamos constantemente en los cinco sentidos y sus transferencias modales, en los canales mediante los cuales percibimos el espacio arquitectónico, ¿Cómo sería ver el sonido, tocar la luz, escuchar el tiempo…? y toda esa larga y trillada serie de oxímoron.
Pohlenz escribe ensayos críticos sobre casi todas las formas artísticas y elementos de la cultura popular, que vemos diariamente por la televisión, construye sus discursos con ritmo musical, lo que lo ha llevado a encabezar dos proyectos de poesía sonora: “Los ositos arrítmicos de Lemuria” y “Los Pohlenz”. Casi me parece estar escuchándolo y viéndolo cuando leo: “Los tigres de papel son tigres de algún modo”, sus aforismos cierran siempre con musicalidad los argumentos de sus textos. Así lo hace en casi todos los ensayos que componen su libro titulado “La vocación de submarino” (Editorial Aldus, 2015), pero también la fotografía de la portada donde aparece una banqueta húmeda donde se ven pisadas sobre una extraña ranura llena de arena, puede leerse como un haikú visual.
“Se hubiera ganado la hoguera por lo tedioso de sus explicaciones”, trata con igual cortesía distante y buen sentido del humor las obras literarias de William Golding, que la música de Erik Satie o las actuaciones de Bill Murray: “Bill Murray es en cuanto es Bill Murray, pero en cuanto lo es, en cuanto se descubre que es Bill Murray, deja de serlo para convertirse en el otro de sí mismo”.
Sin duda de lo que más parece disfrutar Pohlenz es escribir acerca del cine, desde los filmes iraníes de los años noventa, hasta los de ciencia ficción, las películas de zombies o de autores reconocidos como Alfred Hitchcock y Stanley Kubrick, “El espíritu de lo moderno es un documento”. Algunos de sus ensayos parecen cuentos, más cercanos a la ficción que a la crítica, por algo no les queda el adjetivo de “reales” y se clasifican con la ambiguedad taxonómica de “no-ficción”, “Corre por el asfalto de la autopista un Lotus a toda velocidad”. Pohlenz trata sin prejuicios y al mismo nivel de profundidad lo que otros entendemos como cultura de masas, con rigor similar al que se suele utilizar para analizar la alta cultura, considerando las relaciones entre productos musicales, visuales y escritos con igualdad, sin importar que se trate de distintas épocas y contextos en los que han sido creadas las obras de Patti Smith, Robert Mapplethorpe y Oscar Wilde.
Para leer mejor a Pohlenz es útil conocer la poesía de Arthur Rimbaud, pero es igualmente importante haber visto en el cine “Locos por el golf”, las películas de George Romero (quien por cierto, falleció la semana pasada) y quizá todas las series del canal HBO, “La verdad está allá afuera, dicen, en la televisión”.
Lorenzo Rocha
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