Le Corbusier (Charles-Édouard
Jeanneret, 1887-1965) fue quizá el arquitecto más innovador del Siglo XX. De
1920 a 1925 publicó regularmente sus ideas en la revista de vanguardia L’ésprit Nouveau (“El nuevo espíritu”),
entre las cuales está el concepto de “Arquitectura o revolución”, que es un
manifiesto a favor de la transformación radical de la arquitectura, siguiendo
los avances tecnológicos de la ingeniería y los principios de la estética
purista. El arquitecto cirticó duramente a la Academia de Bellas Artes de París
y la señaló como responsable del atraso en el que habían caído los arquitectos
de la época. También promovió enérgicamente la abolición de los estilos
arquitectónicos y de todas las técnicas constructivas tradicionales, a favor de
los nuevos materiales como el concreto armado y el cristal plano, los cuales
permitían una mayor ligereza en las construcciones, la construcción de
cubiertas planas que permtía aprovechar las azoteas como terrazas, ventanas
panorámicas y pilares redondos que podían elevar a los edificios del suelo,
dejando la planta baja libre para crear mejores áreas verdes.
En efecto, los conceptos
de Le Corbusier fueron revolucionarios. Uno de sus primeros proyectos
realizados con total apego a sus principios fue el conjunto habitacional obrero Quartiers Modernes Frugès en Pessac, a las afueras de Burdeos (1924-26), que consistió de 70 casas diseñadas
para ser construidas en serie. El proyecto con el que Le Corbusier culmina la
realización de sus objetivos funcionales y estéticos es sin duda la Unidad de
Habitación de Marsella (1946-52), un gran bloque de vivienda de 18 pisos con
337 apartamentos de dos niveles y servicios completos para sus habitantes,
rodeado de áreas verdes.
Paradójicamente los
arquitectos que trabajaron bajo la influencia del gran maestro, transformaron
gradualmente sus ideas revolucionarias en fórmulas que repitieron casi sin
cuestionarlas, hasta llegar a convertirlas en un estilo. Infinidad de conjuntos
habitacionales se realizaron en África, Asia y América con los ideales forjados
por Le Corbusier en los años veinte, muchos de ellos con gran éxito inicial,
pero con un desgaste conceptual relativamente veloz, dado que no tomaron en
cuenta las distintas identidades nacionales y condiciones climáticas,
culturales y sociales de las distintas geografías, equiparando las necesidades
humanas como iguales para todos los individuos, lo cual por cierto había sido
expresado por Le Corbusier desde sus primeros textos. La arquitectura debe
tomar en cuenta primordialmente las necesidades humanas básicas, pero no puede
dejar de lado los afectos y defectos de las personas y su sentido de
pertenencia a su lugar de origen.
Lorenzo Rocha
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