jueves, 24 de agosto de 2017

PATRIMONIO CONSTRUIDO

La ciudad de México cuenta con un patrimonio histórico extraordinario, sus barrios centrales tienen una gran calidad arquitectónica y urbana. El desarrollo inmobiliario de la ciudad se ha intensificado notablemente durante los últimos veinte años, por desgracia la mayor parte de los proyectos han optado por la depredación, más que por la preservación del patrimonio histórico, teniendo como principal objetivo la rentabilidad económica de los proyectos, por encima del respeto al contexto urbano.
Podríamos pensar que las leyes de protección al patrimonio arquitectónico deberían bastar para protegerlo, desgraciadamente muchos promotores inmobiliarios han encontrado el modo para burlar a las autoridades y demoler gran cantidad de casas y edificios históricos. Sin duda el mecanismo más efectivo para la preservación histórica es el valor artístico de las propias construcciones y su reconocimiento por parte de la sociedad, mucho más que el respeto a los edificios fomentado por las leyes existentes.
La ciudadania ha ido valorando paulatinamente las cualidades de la arquitectura antigua y algunos promotores que se han percatado de ello, han fomentado su apreciación. En algunos barrios tradicionales de nuestra ciudad, como la colonia Roma y la colonia Juárez, comienza tener más valor una casa antigua que un terreno baldío.
En todo caso el sector del mercado inmobiliario que aprecia los bienes históricos no debería entrar en conflicto con quienes valoran la arquitectura nueva, la ciudad tiene espacio para todos. Debemos ser conscientes que la arquitectura histórica es un bien finito, los catálogos de inmuebles protegidos, ya sea por el INAH o el INBA, tienen un numero determinado de inmuebles por colonia, el cual nunca debería disminuir.
Nuestra tarea como arquitectos con consciencia histórica es la de proteger el patrimonio construido de nuestra ciudad y en ningún caso coludirnos con los promotores que pretendan dañarlo. Como gremio, los arquitectos debemos estar unidos y seguir un código ético en el cual jamás debemos ceder a la exigencia por parte de un cliente o de otra persona de ejercer la profesión fuera de lo que marca la ley.
Muchas veces lamentablemente escuchamos la frase: ”si no acepto hacerlo, lo hará otro”, justificación muy débil moralmente para cometer un acto ilícito por un interés económico. La voluntad y compromiso de contribuir y proteger el patrimonio cultural no debe ser un sacrificio profesional, debe ser una costumbre que comience desde la escuela primaria y continúe hasta la formación universitaria.

Los arquitectos debemos contar con la formación profesional que nos permita argumentar y convencer a los clientes que son propietarios de inmuebles históricos, de las ventajas de preservar sus propiedades y adaptarlas para los nuevos usos que la sociedad contemporánea requiere. De otro modo, en los casos en los que la preservación histórica no sea compatible con los intereses de los propietarios, éstos deben ceder o vender sus inmuebles para que los restaure y adapte quien sí le interese hacerlo. El estado vigila la conservación del patrimonio histórico, pero muchas veces la tarea excede sus capacidades y es ahi donde un gremio de arquitectos e ingenieros fuerte y unido puede eventualmente marcar una diferencia en el futuro de nuestros contextos culturales con valor histórico.
Lorenzo Rocha

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