jueves, 30 de mayo de 2019

CONSTRUCCIÓN URBANA

La arquitectura privada no existe, tanto en en las ciudades
como en el campo, toda construcción nueva modifica lo anterior, ya sea
el contexto urbano, el espacio público o el entorno natural
prexistente.
¿Es la arquitectura un texto? esta pregunta es el título de un texto muy provocador escrito en 2004 por el diseñador, pintor y teórico argentino Tomás Maldonado, quien falleció el año pasado. La ciudad es sin duda una obra colectiva de todos sus habitantes y sí que puede ser leída como un texto histórico, ya que sus períodos y las ideas de sus creadores quedan plasmadas en los edificios de cada época.
La mayoría de los arquitectos por desgracia no son conscientes de que sus diseños causan efectos sobre el resto del espacio urbano y muchos sostienen que lo que hagan al interior del terreno que les han asignado está totalmente sujeto a los intereses de sus clientes y a sus criterios personales. Es evidente que no es así, desde luego el servicio profesional implica prioridades como la satisfacción de las necesidades de los usuarios del edificio, pero esto no se puede desligar del resto de los fenómenos urbanos circundantes y es mejor cuando esta condición es aceptada y el arquitecto es consciente de ella.

Paulo Mendes da Rocha, el gran arquitecto brasileño solía decir: “Esencialmente no existe la arquitectura privada, solamente es cuestión de identificar los distintos grados que existen entre lo público y privado”. Su consciencia de dicha condición pública es lo que le motivó a hacer proyectos tan afortunados como el Museo Brasileño de Escultura (comenzado en 1987 y terminado en 1995) y el SESC 24 de mayo (inaugurado en 2007) ambos en Sao Paulo. Dichos grados entre el carácter público y privado de las construcciones derivan del correcto análisis que los arquitectos hagamos de las inmediaciones de nuestros proyectos. Un solo proyecto afortunado, es capaz de catalizar gran cantidad de mecanismos positivos en una ciudad, como el desarrollo económico, el turismo y la riqueza cultural, pero solo puede hacerlo si su creador es consciente de ello. Los ejemplos sobran, basta analizar el impacto que cualquiera de las grandes obras de arquitectura moderna y antigua han tenido en sus barrios y en el desarrollo de las ciudades donde se han construido, para percatarse de la potencial importancia a nivel urbano de cualquier edificio nuevo.
Lorenzo Rocha

jueves, 23 de mayo de 2019

REALISMO UTOPISTA

La figura literaria llamada oxímoron, que consiste en una expresión de contenido contradictorio, depende en gran medida del orden en que se coloquen los términos. Por eso no es igual hablar de un realismo utopista, que de una utopía realista.
La utopía, que literalmente significa “ningún lugar” o bien un lugar que no existe más que en la imaginación, es un concepto creado en el Siglo XVI por Tomás Moro. Las ciudades americanas son hasta cierto punto la materialización de la utopía renacentista transformada en modernismo. En nuestra época se ha retomado dicha forma de pensamiento, ya no de modo abstracto como en su aparición original, sino de manera concreta, como una metodología para forjar el presente basado en una idea futurista.
En arquitectura, el realismo es una especie de anatema, ya que implica el conformismo con el statu quo. Esto ha llevado a un sinnúmero de confusiones entre ambos términos hasta el extremo que dentro de su marco teórico resulta que hoy en día el crítico que adopte una posición realista, resultará el más utopista de todos.
Reinhold Martin escribió en 2005 un intersante ensayo titulado “Critical of what? Toward an utopian realism” (¿Críticos respecto a qué? Hacia un realismo utópico”), en el cual cuestiona la mera posibilidad de existencia de una arquitectura crítica, bajo el argumento basado en una discordancia entre las obras de arquitectura que se nombran como críticas y el objeto directo de dichas prácticas, poniendo en relieve nuevamente el problema epistemológico propio de la discusión académica. A pesar de dicha confusión de términos, la postura utópica continúa siendo funcional para la práctica arquitectónica.
Casi todos los proyectos que llegan a realizarse, comienzan con una idea imaginaria, no solo en cuanto al proyecto, sino en su propia concepción como proceso creativo. ¿Quién hubiera imaginado hace 10 años que existiría una escalera
infinita como la que se inauguró recientemente en Nueva York? El proyecto “Vessel” del arquitecto Thomas Heatherwick en la zona de Hudson Yards, ofrece una nueva perspectiva de la ciudad. Se trata de una estructura cuya única función es subir y bajar escaleras para admirar la propia estructura y las vistas de la zona, que se ha transformado recientemente en un polo comercial, turístico y financiero. Seguramente este proyecto queda fuera de las clasificaciones establecidas de arquitectura, ingeniería y escultura, lo cual no es muy relevante cuando pensamos en el “Delirante Nueva York” y su visión urbanística siempre puesta hacia el futuro.
Lorenzo Rocha

jueves, 16 de mayo de 2019

IMAGEN APOCALIPTICA

Hacía mucho tiempo que el cielo sobre la ciudad de México no se veía tan gris. Esta semana tuvimos el dudoso honor de alcanzar los niveles de contaminación atmosférica que solo se habían registrado anteriormente en China y Turquía.
Las ciudades se crearon para que la gente pudiera vivir junto a los demás, para compartir el espacio público, el trabajo, los servicios y para el intercambio de conocimientos. Pero desde la revolución industrial, provocada por la máquina de vapor a finales del Siglo XVII, las ciudades como París y Londres comenzaron a ser sitios insalubres donde la miseria y el crimen aunados a la pobreza, los hicieron inhabitables. Recordemos Tale of Two Cities, la novela clásica de Charles Dickens, que da cuenta de los problemas sociales y los personajes en ambas ciudades.
Después, ya en el Siglo XX apareció el automóvil. El mundo desarrollado celebró la invención que sería la segunda en revolucionar el crecimiento de las ciudades. Los norteamericanos basaron su planificación urbana en el uso del automóvil, construyeron carreteras de alta velocidad para conectar los centros urbanos con los suburbios, verdaderas “ciudades-dormitorio” que dominaron el paisaje urbano, fueron copiadas por todo el mundo. La industria automotriz se desarrolló aceleradamente y sustituyó a otros medios de transporte públicos como el tranvía. Por ejemplo, la empresa General Motors compró el sistema de tranvías en Los Ángeles en 1939 solamente para cerrarlo, con el fin de incentivar la compra de más automóviles. Por este y otros factores, la movilidad en las ciudades estadounidenses se centró en el transporte privado.
En México, ninguna de las dos revoluciones anteriores alcanzó a consolidarse plenamente. En casi todas nuestras ciudades existen restos representativos de estos tres períodos, pero ninguno de ellos llegó a predominar sobre los otros dos. Las ciudades mexicanas son una mezcla heterogénea entre los edificios históricos de la época colonial e independiente, de la época industrial decimonónica y de la ciudad moderna expandida, sin que ninguna de ellas predomine.

Por desgracia al igual que la población nunca obtuvo el beneficio completo derivado de la instalación de alguno de los sistemas urbanos, sí que es claro que hemos tenido que pagar sus consecuencias. Basta un período prolongado de calor y falta de precipitación pluvial como el actual para que el medio ambiente se desequilibre y lleguemos a una contingencia ambiental. El recién estrenado gobierno capitalino tiene delante una situación que puede abordar de dos maneras: la primera (que comenzamos a ver) es la acción mínima y la confianza en que el dios Tláloc va a resolver el problema en los próximos días. La segunda (poco probable) es una estrategia orientada al transporte no contaminante, para lo cual cuenta con los próximos seis años, esperamos que comience pronto a trabajar en ello.
Lorenzo Rocha

jueves, 9 de mayo de 2019

BUENAS INTENCIONES

Siempre son positivas las buenas intenciones, porque crean un ambiente optimista. Como soñar no cuesta nada, publicar un decálogo para guiar la nueva politica nacional de vivienda, resulta una noticia muy popular y aplaudida por todos, solo nos faltaría entender cómo se implementará.
Hace una semana el Secretario de desarrollo agrario, territorial y urbano, el arquitecto Román Meyer, acompañado por el titular del Infonavit, presentó una lista de diez lineamientos muy interesantes, que constituirán la política de vivienda a nivel nacional para los próximos seis años. Al parecer, dicha política se enfocará en las zonas más marginadas del territorio nacional, introduciendo un concepto importante: la autoconstrucción asistida. Este concepto lo explica muy bien el arquitecto inglés John Turner, en su libro “Housing by People”, (“La vivienda por el pueblo”, publicado en 1976). Turner sostiene que las únicas personas que son capaces de construir su vivienda al menor costo y con la calidad deseada, son sus propios habitantes, en lugar de que la producción de vivienda esté centralizada por el Estado. Los arquitectos y técnicos, solo deben ser acompañantes en el proceso de autoconstrucción, proporcionando sus conocimientos de manera gratuita, subvencionados por el Estado o por asociaciones filantrópicas, como las que ya operan en las áreas rurales y apartadas como las sierras, sin la rectoría del Estado.

El aspecto clave de los lineamientos presentados, es la concepción de vivienda como derecho humano, como generadora de comunidad y del desarrollo territorial. Esta política va a necesitar al menos una década para que comience a dar resultados, esperemos que los siguientes gobiernos la mantengan. Quizá la parte más complicada del decálogo es su primer punto: “Asegurar la adecuada ubicación de la vivienda garantizando la disponibilidad de servicios e infraestructura”. La proximidad del suelo edificable a las unidades económicas, a los servicios como el agua y la electricidad y a la infraestructura de transporte, eleva notablemente su valor en el mercado inmobiliario y en principio dificulta significativamente su posibilidad de dedicarse a la vivienda asequible. Para que el Estado pueda conseguir este objetivo, debe plantear una normatividad que contemple porcentajes obligatorios de vivienda popular en zonas en desarrollo, junto con una política económica y fiscal que haga viables sus objetivos. De otro modo, el decálogo corre el peligro de quedarse solo en el papel.
Lorenzo Rocha

jueves, 2 de mayo de 2019

FIN DEL HEROISMO

El último gran proyecto oficial en México, el nuevo
aeropuerto internacional, fue cancelado por el presente gobierno, lo
cual ha dejado un vacío en cuanto a las expectativas de inauguración
de obra pública con calidad arquitectónica en el futuro próximo.

Desde que los aparatos económicos estatales comenzaron su desincorporación, digamos aproximadamente desde los años setenta del Siglo XX, la necesidad del Estado de representarse mediante la obra pública disminuyó notablemente. Es probable que la mayor fuente de trabajo para los arquitectos del siglo pasado haya sido el gobierno y de ahí derivó la figura del “arquitecto oficial”, un personaje que fuera capaz de satisfacer la necesidad de representatividad de la arquitectura al servicio del Estado, como Mario Pani lo fue en México y Oscar Niemayer en Brasil, donde tuvo su culminación en 1960 con la construcción de Brasilia, la nueva capital del país.
La privatización de la obra pública diversificó relativamente la selección de arquitectos que cumplieran con las agendas políticas particulares, lo cual propició una sana competencia para destacar como arquitecto en la escena nacional y mundial. Sin embargo, esto también dió lugar a un fenómeno que llamamos “arquitectos-estrella” (en inglés: Starchitects), que utiliza herramientas mercadotécnicas para promover el trabajo y personalidad pública del proyectista. Los alcaldes de ciudades medias y capitales por todo el mundo sufrieron el “efecto Guggenheim”, que a partir de 1997 hizo casi forzoso que las ciudades se posicionaran en el mapa, mediante la construcción de algún museo o polideportivo firmado por un arquitecto o arquitecta famoso.

En México existen varios arquitectos que gozan de fama mundial, pero dificilmente se podrían considerar dentro del sistema principal de reconocimientos como estrellas de la arquitectura. Tampoco parece haber arquitectos oficiales que estén ligados al gobierno, como se veía hace algunas décadas. Este panorama puede ser desafortunado o afortunado según cómo se valore. Por una parte, tener a un arquitecto local que gane premios internacionales y goce del reconocimiento de los mayores medios de comunicación es algo que causaría orgullo a los mexicanos. Pero la falta de una figura protagónica y absoluta en la escena nacional, también deja espacio para que los jóvenes se expresen con mayores posibilidades y también que exista mayor diversidad de opiniones y de proyectos de distintas tendencias.
Lorenzo Rocha

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