En la filosofía platónica existe un ideal de belleza, un prototipo ejemplar, al que tienden ciertas formas de la realidad en continua búsqueda de la belleza en sí misma.
El desgaste del lenguaje, provocado en gran medida por el uso político y publicitario de ciertas palabras como: belleza, bienestar y bondad, ha dado lugar a una desconfianza en ellos entre las personas que piensan y discuten sobre la realidad urbana. Se escuchan frecuentemente reacciones de sospecha y acusaciones de elitismo, cuando alguien habla públicamente de la belleza y el bienestar. Está claro que este fenómeno es explicable desde el punto de vista de las reacciones lógicas contra el pensamiento hegemónico, masculino y blanco, que ha establecido una normalidad excluyente. Sin embargo, no todos los deseos de mejorar el entorno construido deben considerarse de antemano antropocéntricos y chauvinistas, sin meditar más a fondo los ideales que representan.
Si se descartan por las apariencias, o bien por la filiación de quién los enuncia, a fin de cuentas será por los prejuicios que se han convertido en ataduras para el libre pensamiento. En términos llanos: ¿Quién está en contra de vivir en un entorno más habitable que el actual? ¿Cómo se pueden mejorar las ciudades y las casas si no se tienen objetivos claros?
Parte del problema, es sin duda la demagogia que ha estado detrás de los adjetivos connotativos de todo aquello relacionado con la bondad, que han llegado al extremo de confundirse con justamente lo contrario de ésta.
Hoy en día considero una actitud valerosa la que asumen las personas que defienden estos conceptos, a pesar de ser tildados de románticos, inocentes, o acusado de mentir. Muy en el fondo aún existe la posibilidad de la belleza, de la armonía, de la igualdad, a pesar de que las ciudades, especialmente la nuestra, se encuentren muy por debajo de los mínimos necesarios para ser habitables.
Lorenzo Rocha