jueves, 31 de diciembre de 2009

PAISAJE URBANO

OUT/TV
No se pierdan la entrevista con Fernanda Canales hoy en Paisaje Urbano (Canal 40, cable 140) y por Internet en www.proyecto40.com.mx

TRES CULTURAS



El espacio, hoy, es una estratificación de tiempos y lugares.

Mientras la utopía se encarga de reflexionar sobre los lugares inexistentes —como aquel lugar imaginario donde reside nuestra imagen al reflejarnos en un espejo—, la heterotopía lidia con los otros lugares, o mejor dicho, con el lugar de lo “otro”.

El espacio contemporáneo es una estratificación, se forma de capas superpuestas de tiempos y lugares, de ahí su similitud con la heterotopía, a diferencia del espacio moderno, que se parece más a la utopía, ya que parte, de la tabula rasa.

Un espacio en la Ciudad de México que reúne todas las características de la heterotopía es sin duda la Plaza de las Tres Culturas, en el centro de Tlatelolco. Ahí podemos observar la historia cultural de nuestro país resumida en una especie de cala arqueológica, donde no está expresado el presente, ¿o será quizas que el presente no tiene mayor referente que la superposición de los espacios del pasado?

Los tres componentes de la arquitectura de la plaza representan alguna cresta en la marea cultural que compone nuestra identidad: los templos de Tlatelolco, ciudad hermana de Tenochtitlan, el convento e iglesia de Santiago, de la época colonial y el conjunto habitacional multifamiliar que representa el México moderno de mediados del siglo pasado.

Todos los espacios han sido de algún modo sacralizados, por su significado religioso, político o social, sin embargo todos se encuentran cargados con tristes y sangrientos episodios. Se trate de la guerra de la conquista, la santa inquisición, la matanza del movimiento estudiantil de 1968, o el terremoto de 1985, no implica gran diferencia en el resultado del nuevo paisaje urbano. Sin embargo, en Tlatelolco parece que aún falta algo más por venir, tal parece que la reciente presencia de un centro cultural universitario dentro del edificio que otrora fuera la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores, crea una leve distopía que anticipa la manifestación física de otro tipo de espacio más. Un espacio que seguramente ya no es arqueológico, ni histórico, ni moderno, pero que aún no anuncia lo que será.

Lorenzo Rocha

viernes, 25 de diciembre de 2009

TAJÍN


Un centro urbano (religioso-político-comercial) con más de 180 edificios de los cuales solamente se han desenterrado 40 de ellos, nos hace pensar en la vida de una remota ciudad rodeada por la selva huasteca, donde habitaron los Totonacas hace quince siglos.
No hay imagen mental más fuerte de aquello que frecuentemente llamamos lo “otro”, que una civilzación tan desarrollada que no conoció nada de lo que ahora es esencial para la vida urbana del mundo occidental, ya que al igual que muchos otros sitios ceremoniales mesoamericanos de la antigüedad, el Tajín (Ciudad o lugar del trueno, en lengua totonaca) se encontraba despoblado desde al menos doscientos años antes de la llegada de los conquistadores españoles.
Nuestro espacio urbano en la actualidad no puede prescindir de los elementos arquitectónicos, equipamientos y mobiliario que apenas hace dos siglos años ni siquiera existían. Queda muy poca gente con vida que pueda recordar un tiempo en el que casi no circulaban automóviles por las avenidas y el Ángel de la Independencia era el límite de la traza urbana, sin embargo, así era la ciudad de México hace noventa años, cuando nadie había oído hablar de cosas tan comunes ahora, como pueden ser la televisión y la informática.
Si nos cuesta trabajo imaginarnos esta escena, entonces es casi imposible imaginarse cómo pudieron ser las ciudades prehispánicas. Afortunadamente, los vestigios arqueológicos –la única señal que nos permite combatir la fuerza del tiempo, que devora todo lo que el ser humano produce– nos permiten hacer el ejercicio de intentar situarnos en contextos urbanos y sociales que hace mucho tiempo desaparecieron.
Si nos colocamos en medio del “juego de pelota” mirando hacia la Pirámide de los Nichos como remate, por un momento nos podemos sentir un efecto contrario, como si estuviéramos en un espacio urbano extremadamente moderno, y entonces el ejercicio de imaginar el pasado se puede transformar repentinamente en una sensación de que nos encontramos en un tiempo futuro.
Lorenzo Rocha

domingo, 20 de diciembre de 2009

Espacio público/privado


Alquilar el espacio público a empresas privadas para comercio y eventos promocionales, en principio no tiene nada de malo, sobre todo por que es una práctica legal. Es un fenómeno que vemos frecuentemente en cafés y restaurantes que colocan mesas en la vía pública, por ejemplo, o los pabellones instalados durante las ferias de libros. Tampoco es criticable que el Gobierno del Distrito Federal se apoye en la iniciativa privada para proveer eventos de entretenimiento para la ciudadanía, sin recurrir al dinero de los contribuyentes. Durante el mes de diciembre, el Paseo de la Reforma se ha convertido en un monumental escaparate para la publicidad de productos de empresas privadas como Pepsi, Banorte, Lala y muchas más, ofreciendo espectáculos navideños de los cuales el más destacable es el “árbol” (una estructura tubular de 140 metros de altura) que se jacta de ser el más alto del mundo.
Lo criticable de esta presencia de marcas y símbolos corporativos en la vía pública es que, por su magnitud, resultan una intrusión visual que vulnera el sentido público de identidad en un espacio que es tan representativo para la vida nacional. En Reforma marcharon ejércitos y se conmemoró el centenario de nuestra independencia. También alli sucedió una de las protestas populares más significativas para nuestro país de los últimos años, el “plantón” que cuestionaba los resultados electorales del 2006, durante el cual la avenida fue tomada por espacio de mes y medio.
Cuando transitamos en estos días por la ancha avenida, nos sentimos más en un centro comercial que en un espacio público. El árbol es, en estos momentos, el hito más notable del paseo, relega a segundo plano a la columna y Ángel de la Independencia y bloquea la vista del Castillo de Chapultepec. En diciembre Reforma está pintada de tres colores, dos de ellos coinciden con el emblema tricolor –el blanco y el rojo– pero los capitalinos hemos vendido al azul, el lugar que legítimamente le corresponde ocupar al verde.
Lorenzo Rocha

jueves, 10 de diciembre de 2009

AGUAS



Todo lo que el corazón desea puede reducirse siempre a la figura del agua, escribió Paul Claudel en Positions et Propositions.

El agua fue protagonista del paisaje de la Ciudad de México hace mucho tiempo, antes de que los lagos fueran desecados. Cuando admiramos la figura de Tláloc en el mural “El agua, origen de la vida” —pintado y esculpido por Diego Rivera en 1951 y recientemente restaurado— nos damos cuenta del modo como ha cambiado la visión de la tecnología hidrológica en los sesenta años que han pasado desde su inauguración. Las obras públicas en tiempos del muralismo servían, como ahora, para satisfacer las necesidades de infraestructura de la metrópolis mexicana. Sin embargo, los arquitectos e ingenieros de esa época, en especial Ricardo Rivas, quien diseñó el edificio para albergar el cárcamo donde llegaba el agua del río Lerma, procuraban satisfacer la necesidad estética de la población además del aspecto técnico de la construcción. Actualmente se puede seguir contemplando esta interesante obra, aunque ya no cumple con la función para la que fue diseñada originalmente, ya que el agua que consumimos hoy los más de 20 millones de habitantes de nuestra megalópolis ya no llega sólo de Lerma, sino de todo el sistema Cutzamala. El hecho de que la obra de integración plástica realizada por Rivera trascienda el objetivo principal del conjunto, basta como demostración de que las obras públicas deberían seguir buscando integración con el arte.

El arte público en nuestra ciudad escasea, afortunadamente no tanto como el agua. En todo caso, quizá se le puede aplicar al arte la ley básica de la imaginación material, tal como la explica Gaston Bachelard en El agua y los sueños, un libro fundamental para la comprensión del significado filosófico del preciado líquido: “Para la imaginación material la sustancia valorizada puede actuar, aun en ínfima cantidad, sobre una gran masa de otras sustancias”. Quizá sea esta la razón por la cual para el bautismo se requiere solamente de un pequeño cuenco de agua bendita, que representa todo el cauce del río Jordán.
Lorenzo Rocha

PAISAJE URBANO

OUT/TV
Hoy participa el artista Santiago Borja con la pieza "El efecto Breton".
No se lo pierdan a las 18:55 en Proyecto 40 (canal 40, cable 140)

jueves, 3 de diciembre de 2009

ARTE PÚBLICO


Tradicionalmente, durante el movimiento moderno, la mayor parte del arte que se encuentra en el espacio público urbano se ha resuelto mediante la escultura monumental. Por ejemplo, en Estados Unidos la ley obliga a los constructores a destinar cinco por ciento del presupuesto de cualquier edificio público a una pieza de arte. Así es como han aparecido en Chicago o Nueva York tantas esculturas de artistas desde Picasso y Miró, hasta Dubuffet, Calder y otros tantos más. La saturación de esculturas en los atrios de los rascacielos es tal que la mayoría de los transeúntes las ignoran al pasar.

La escultura monumental más conocida de la ciudad de México es el “Caballito”, de Sebastián, que sustituyó a la estatua ecuestre de Felipe II en el cruce de las avenidas Reforma y Juárez. Últimamente ha crecido su prestigio, el modernismo ya es una moda retro, incluso he escuchado decir a algún artista joven: “Es un buen tono de amarillo”. El concepto más sofisticado del arte público en la actualidad, que se orienta más hacia la intervención o el performance, ha rebasado intelectualmente a las esculturas corporativas, sin embargo, se parece en algo a éstas: el público puede verlas, pero las ignora. De este modo, alguna palabra escrita sobre un muro, un paso peatonal trazado de modo extraño, piezas disfuncionales de mobiliario urbano, constituyen lo más novedoso del arte público. Incluso si se nos acerca algún mendigo, podría tratarse de una manifestación artística, como aquellos de la pieza “Ópera del mendigo”, de Dora García (inspirada en John Gay y Bertolt Brecht, en inglés: Beggar’s Opera, ver: www.thebeggarsopera.org) —performance en el cual la artista contrató a un grupo de actores callejeros para hacer de mendigos e interactuar con el público del festival, sin que éste lo supiera—, la cual fue presentada en el Proyecto de Escultura de Munster del año 2007. Todo esto nos confirma que el arte en el espacio urbano es para todo el pueblo, aunque sólo unas cuantas personas ilustradas lo puedan disfrutar.
Lorenzo Rocha

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