jueves, 29 de abril de 2010

LENGUA MUERTA


El arquitecto italiano Giorgio Grassi compara a la arquitectura con una “lengua muerta” y no está solo al afirmar que el lenguaje arquitectónico se encuentra desarticulado, muerto por su pérdida de expresividad figurativa. Un lenguaje que está vivo, por el contrario, implica que es compartido por un gran número de personas y que es enriquecido constantemente por nuevas formas de expresión que amplían su espectro comunicativo y le añaden un poder expresivo metalingüístico, es decir, que van más allá del lenguaje discursivo. En la década de los setenta, el arquitecto estadunidense Christopher Alexander intentó codificar una amplia serie de “patrones de lenguaje” y publicó varios manuales de uso para ayudar a recuperar algo de este lenguaje perdido, una reacción ante la pérdida de la figura en la arquitectura, forma artística que durante el siglo XX fue gradualmente perdiendo su capacidad expresiva y cayendo en la incomprensión y rechazo de la mayoría de los habitantes de las metrópolis modernas, convirtiéndose en un lenguaje compartido solamente por reducidos grupos de expertos, situación que no ha cambiado mucho hasta la fecha.

Tanto las artes discursivas —el habla y la escritura— como las artes que utilizan las imágenes y los espacios —como la fotografía y la arquitectura— se sirven de códigos y lenguajes para transmitir sus conceptos. Parece que en la teoría literaria y estética, es inevitable el uso reiterado de figuras de dicción que relacionan linealmente a la palabra, en cuanto a su contenido representativo, con la imagen, con los objetos, y con el espacio, en dirección ascendente y descendente, en busca de paralelismos como las “imágenes mentales” de la literatura, la “poética visual” de la fotografía, o los “discursos espaciales” de la arquitectura. Parece ser que los propios lenguajes requieren de exceder sus capacidades expresivas inherentes e intentan sobrepasar sus límites tradicionales hacia los elementos que por convención pertenecen a otros lenguajes, en aras de alcanzar su máximo potencial poético.

Lorenzo Rocha

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