La conservación de la arquitectura histórica y su integración al tejido urbano metropolitano es un complicado dilema para los urbanistas y arquitectos contemporáneos. Los barrios que cuentan con edificios y casas patrimoniales en la mayoría de los casos resultan lastrados por su patrimonio histórico, en lugar de que dichos bienes artísticos sean un incentivo productivo para el mercado inmobiliario.
La paradoja de la conservación se puede resumir de la siguiente manera: el inmueble patrimonial se encuentra catalogado y protegido por la ley, pero los incentivos económicos y fiscales para su restauración son insuficientes. El público en general aprecia más la construcción nueva que la histórica, aunque esté correctamente renovada, lo cual resulta en una carga para los propietarios de dichas fincas y en el desinterés de los promotores inmobiliarios hacia éstas. Este fenómeno lleva a dos lamentables resultados: primeramente el abandono especulativo de los inmuebles, los cuales son tapiados para evitar invasiones y se convierten en una carga que estatiza el desarrrollo urbano ligado a la historia. La segunda consecuencia es lo que podríamos denominar “demolición hormiga”, que consiste en la destrucción ilegal del patrimonio arquitectónico. Con la connivencia de las autoridades, los propietarios dejan las fachadas intactas y sacan poco a poco los escombros hasta que un buen día misteriosamente desaparece la casa antigua.
En nuestra ciudad, existe gran cantidad de barrios con importante presencia histórica, donde se verifican los procesos descritos con anterioridad. Por ejemplo, hacia el norte y poniente del Centro histórico, se encuentran barrios como Santa María la Ribera, San Rafael o la colonia Guerrero, que han caido en el abandono y en la transformación ilegal, habiendo ya perdido a la fecha, una buena parte de su valor patrimonial e histórico. Considero de vital importancia que se realice una revisión a consciencia de la normativa actual, que prevee niveles de conservación estrictos y sanciones a quienes dañen el patrimonio, pero cuyo enfoque es romántico y anticuado, ya que hace poco caso de las propuestas particulares que podrían enriquecer la pobre escuela de conservación dentro de la actividad del arquitecto conteporáneo mexicano. Aunado a esta falta de creatividad del gremio profesional, está la lamentable mecánica de corrupción y nula aplicación de las sanciones previstas en las leyes, lo cual, si no se actúa pronto, eventualmente acabará con nuestro patrimonio arquitectónico.
Lorenzo Rocha
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