El concepto de espacio es una indiscutible creación humana. El espacio existe físicamente, pero su delimitación es una cuestión elemental de la política. Los elementos arquitectónicos o geográficos que delimitan espacios, así como todo objeto que tenga un interior diferenciado del exterior, crean fronteras y por conscuencia, territorios.
Los seres humanos tenemos una tendencia instintiva a marcar nuestros terrenos, como lo hace la mayoría de los animales. Algunos seres vivos como las aves, usan el sonido, otros, como los mamíferos utilizan los olores, pero para marcar nuestro territorio nosotros los humanos preferimos los muros.
Otra invención humana: la línea, es más sutil y simbólica que las alambradas, pero es tanto o más contundente que éstas. Las fronteras entre muchos países existen físicamente solo en los mapas, pero si cruzamos estas lineas imaginarias, dibujadas entre dos territorios, seguramente aparecerá la policía, para devolvernos tarde o temprano a nuestra tierra.
Los niños dividen sus territorios con lineas pintadas con gis sobre el suelo del patio escolar. Los hermanos se disputan el espacio y pelean constantemente por éste, toda persona que haya tenido una familia numerosa se habrá dado cuenta de ello desde muy temprana edad.
Los arquitectos somos los planificadores de los espacios, nosotros dimensionamos los espacios de las casas y edificios y colocamos los límites entre cada uno de éstos. Nuestra labor es una constante negociaición, estamos en el centro de las disputas por el espacio. Debemos mediar entre los miembros de una familia, los empleados de una empresa, los clientes, los usuarios y a la vez representarlos ante las autoridades que avalan y otorgan licencias para la construcción, para el uso del suelo, para la planificación urbana y territorial. Por ello, considero imposible despolitizar a la arquitectura, quizá lo que necesitamos es ampliar nuestro horizonte de comprensión del significado de la política.
Además de la relación arbitral que nos toca ejercer, los arquitectos nos enfrentamos a nuestros colegios profesionales, a las academias y a los medios de difusión de las obras. Casi todos nosotros estamos interesados en satisfacer a los usuarios en la misma medida en que queremos complacer a los críticos y a nuestros colegas. Pero un arquitecto debe por encima de todo, enfocarse en su propia satisfacción, en estar convencido de hacer el mayor esfuerzo por conseguir el bien común. Aunque se deje esta satisfacción para el final, es posible que deberíamos comenzar justamente por la búsqueda de nuestra buena conciencia, como miembros de la comunidad.
Lorenzo Rocha
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