En los análisis comerciales de mercado hay una regla
básica: la calidad es inversamente proporcional a la cantidad. A mayor
cantidad, menor calidad en los productos y viceversa, esta regla
desgraciadamente no excluye a la arquitectura.
El racionalismo en arquitectura se planteó la industralización de la producción de vivienda, debido a la necesidad de reconstrucción de las ciudades europeas después de la primera guerra mundial. Personajes clave como Le Corbusier, promovieron la construcción de casas en serie y la idea de la vivienda como “Máquina para habitar”. Esta intención se nota claramente en los textos del arquitecto suizo-francés, publicados entre 1920 y 1925 en la revista L’Esprit Nouveau (“El nuevo espíritu”): "Una nueva época ha comenzado, existe un nuevo espíritu. La industria nos brinda las herramientas que nos permiten adaptarnos a esta nueva época, animada por el nuevo espíritu. El problema de la vivienda es un problema de época. La industria en gran escala debería preocuparse por construir y establecer los elementos de la casa para una producción masiva". Los prototipos para vivienda en serie de Le Corbusier, la Maison Dom-ino de 1914 y la Maison Citrohän de 1920 fueron estrategias para industrializar la producción de vivienda que crearon formas mínimas y cerradas, donde se diseñaron todos sus
elementos hasta el último detalle siguiendo principios estéticos puristas. Le Corbusier planteó un idea para las nuevas ciudades, que se basaba en la zonificación de los usos de suelo, la separación entre el tráfico peatonal y vehicular y la liberación de la planta baja de los edificios para la creación de áreas verdes contínuas. A esta idea la llamó “Ciudad Radiante”.
En México los principales seguidores del racionalismo fueron en primera instancia Juan O’Gorman, quien aplicó los principios estéticos puristas para proyectos de viviendas privadas y escuelas populares desde 1929. Después surgió Mario Pani, el primer gran arquitecto del Estado mexicano, quien llevó la idea corbusiana de “Ciudad radiante” hasta sus últimas consecuencias, como podemos observar en los conjuntos habitacionales Santa Fe y Tlatelolco, construidos entre 1953 y 1964.
La calidad de la vivienda como producto de producción masiva se ha sacrificado a favor de la cantidad. La arquitectura social no ha evolucionado mucho desde los tiempos de Le Corbusier. Solo han aumentado los números, mientras los conjuntos de casas y bloques de apartamentos modernistas rondaban los centenares de viviendas, los que construimos ahora albergan a miles de familias.
Lorenzo Rocha
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