(Texto publicado en el libro "México. Una obra de arte", editado por la Fundación BBVA-Bancomer)
El desarrollo tecnológico es redundante. La fotografía, una técnica y arte del Siglo XIX, se utilizó al principio del Siglo XX como el instrumento predilecto para registrar el progreso tecnológico moderno. Tecnología para retratar a la tecnología.
Al principio la cámara obscura no captaba a los objetos en movimiento, debido al largo tiempo de exposición que requerían las placas. Las primeras fotografías fueron de arquitectura.
Pero apenas les fue posible, los fotógrafos comenzaron a documentar todo lo que se moviera. Los tranvías de París, fortografiados por Eugène Atget (imagen fija de un objeto móvil), las locomotoras filmadas por los hermanos Lumière (imágenes en movimiento de objetos móviles), todos ellos dieron cuenta de las máquinas introducidas en su vida cotidiana.
Manuel Ramos hizo lo mismo en la ciudad de México. Recorrió la ciudad de un lado al otro, fotografíando automóviles, aviones, edificios inconclusos, como el de la sede de la Lotería Nacional sobre el Paseo de la Reforma, un esqueleto de acero aún esperando a ser recubierto de piedra. Paseó por la colonia Roma, donde retrató a la actriz de cine silente Dora Vila, junto a un automóvil gris y con el mítico Edificio de las Brujas como fondo. En 1911 viajó a las afueras de la ciudad para documentar una exposición aeronáutica ¿Cómo habrá conseguido fotografíar un avión en pleno vuelo con su pesada cámara?
“Ojos que no ven... los aviones”, escribió Le Corbusier en L’ésprit Nouveau en 1921, como un llamado de alerta a sus colegas los arquitectos respecto a su atraso tecnológico en comparación con la ingeniería de su época. Si los aviones eran máquinas para volar, los ferrocarriles, automóviles y barcos máquinas para el transporte, según Le Corbusier las casas debían ser las “Maquinas para habitar”.
Aquí estamos, cien años después, dudando de las bondades de la tecnología, pero aún aferrados a las fotografías.
Lorenzo Rocha
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