El paradigma general del arte reciente —al menos durante los últimos 20 años— se relaciona estrechamente con la multiplicidad de los medios utilizados por los artistas. Antes de los años sesenta, los artistas se especializaban en una, máximo dos formas de producción, había pintores, escultores, arquitectos y todos quedaban dentro de la clasificación general de las Bellas Artes. Ahora es muy claro para la mayoría de las personas que los artistas utilizan los medios que necesitan para su expresión y pueden variar de una obra a otra. El mismo artista puede realizar una serie de pinturas durante un tiempo y después realizar un video sin que esto le encasille en ninguna de ambas técnicas.
Quiza por esto es sorprendente y aún más original la obra de Guy de Cointet, que se expone actualmente en la galeria central de la Fundación-colección Jumex. En la muestra podemos apreciar principalmente obra gráfica, videos que documentan puestas en escena escritas por el artista y algunas esculturas. Sin embargo, las piezas performativas que fueron ejecutadas en el mes de noviembre y continuarán en enero, llaman la atención por la relación de la literatura del artista francés, con sus piezas gráficas y el uso del espacio.
Resulta particulamente atractiva una pieza titulada “My Father’s Diary” (“El diario de mi padre”, escrita en 1975). En la pieza, la cual ha sido tradicionalmente actuada por Mary Ann Duganne, se muestran una serie de composiciones gráficas atadas entre sí como una suerte de gran libro, cuyo contenido no tiene aparentemente mucho que ver con el texto de la pieza. Sin embargo, la experiencia de la pieza en su conjunto (texto-actuación-gráfica), es muy distinta a de las partes por separado. El texto es muy interesante, pero como toda pieza literaria, evoca imágenes mentales muy distintas a las que se encuentran en la obra gráfica. Por lo cual, cuando disfrutamos de la puesta en escena, ya sea en directo o mediante el documento en video, nuestra atención se divide entre los materiales visuales y auditivos de los que inevitablemente buscamos tengan sentido o concordancia entre ellos. Es precisamente esta especie de estridencia la que hace del trabajo de Cointet un ejemplo de un modo muy personal de creación multimediática. Tomando en cuenta que su trabajo casi cumple 40 años de haber sido creado, nos encontramos con una fuente de inspiración que nos muestra que las relaciones entre los objetos que se colocan en un espacio determinado darán siempre lugar a nuevas, fascinantes y distintas interpretaciones.
Lorenzo Rocha
jueves, 27 de diciembre de 2012
jueves, 20 de diciembre de 2012
ACCIDENTES TOPOGRÁFICOS
El factor condicionante más notorio para el proyecto arquitectónico son sin duda las características del terreno donde se planea edificar. Todo proceso de diseño inicia con trabajo de campo e investigación. En el caso de la arquitectura, antes de comenzar a dibujar, es necesaria la visita de rigor al lugar en busca de sus accidentes topográficos. De dichos accidentes, el más común es la pendiente, por tanto se les llama, “accidentados” a los terrenos con declives pronunciados. Un relieve o levantamiento topográfico basta para conocer las características de la superficie del terreno, realizado mediante las coordenadas que arroja la observación del lugar con ayuda del teodolito.
De ahí se pasa a registrar si el terreno cuenta con árboles importantes que puedan ser obstáculos para lograr el óptimo aprovechamiento del solar, o bien que puedan ser considerdos puntos focales o de interés para el futuro edificio. En ese sentido, los árboles no son propiamente accidentes, ya que de su localización dentro del lugar, depende su interpretación como elementos que benefician o perjudican al partido que pueda sacarse de la superficie del terreno.
En tercer lugar, el arquitecto forzosamente debe observar todos los elementos no solamente visibles sino perceptibles, del contexto circundante a su solar, sobre todo si se encuentra en un ambiente intensamente urbanizado. A veces el ruido o los olores pueden ser elementos contextuales importantes y se pueden construir barreras arquitectónicas para protegerse de éstos, asimismo para la orientación de la ventanas deben considerar elementos contextuales atractivos o repulsivos.
Por todas estas razones, aparte de los factores socioeconómicos, el proyecto arquitectónico práticamente lo hace el lugar. Sin embargo, se requiere de una sensibilidad especial para ser capaces de interpretar todos los factores físicos de un lugar determinado para que los espacios proyectados y construidos tengan un resultado satisfactorio.
El trabajo del arquitecto es una labor artística que se asemeja a las obras de intervención espacial y de paisaje que muchos escultores utilizan en la actualidad y que se clasifica en términos generales como instalación o intervención. Recordemos el trabajo de los artistas minimalistas de los años sesenta, como Michael Heizer y su célebre “Double Negative”, un corte hecho a una montaña en el desiero de Nevada. En efecto, el arquitecto “interviene” el solar asignado para su proyecto, para dotarlo de habitabilidad y confort.
Lorenzo Rocha
De ahí se pasa a registrar si el terreno cuenta con árboles importantes que puedan ser obstáculos para lograr el óptimo aprovechamiento del solar, o bien que puedan ser considerdos puntos focales o de interés para el futuro edificio. En ese sentido, los árboles no son propiamente accidentes, ya que de su localización dentro del lugar, depende su interpretación como elementos que benefician o perjudican al partido que pueda sacarse de la superficie del terreno.
En tercer lugar, el arquitecto forzosamente debe observar todos los elementos no solamente visibles sino perceptibles, del contexto circundante a su solar, sobre todo si se encuentra en un ambiente intensamente urbanizado. A veces el ruido o los olores pueden ser elementos contextuales importantes y se pueden construir barreras arquitectónicas para protegerse de éstos, asimismo para la orientación de la ventanas deben considerar elementos contextuales atractivos o repulsivos.
Por todas estas razones, aparte de los factores socioeconómicos, el proyecto arquitectónico práticamente lo hace el lugar. Sin embargo, se requiere de una sensibilidad especial para ser capaces de interpretar todos los factores físicos de un lugar determinado para que los espacios proyectados y construidos tengan un resultado satisfactorio.
El trabajo del arquitecto es una labor artística que se asemeja a las obras de intervención espacial y de paisaje que muchos escultores utilizan en la actualidad y que se clasifica en términos generales como instalación o intervención. Recordemos el trabajo de los artistas minimalistas de los años sesenta, como Michael Heizer y su célebre “Double Negative”, un corte hecho a una montaña en el desiero de Nevada. En efecto, el arquitecto “interviene” el solar asignado para su proyecto, para dotarlo de habitabilidad y confort.
Lorenzo Rocha
martes, 18 de diciembre de 2012
VISITA DE PILAR VILLELA
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En muchos sentidos, el centro histórico de la
ciudad de México es un caso paradigmático para ilustrar cierta definición de la
urbe: aquella que no la entiende como algo que depende de cierta ordenación del
espacio, ni como algo susceptible de ser conformado de manera permanente por
ninguna clase de reglamento o determinación previa; sino como algo contingente,
el resultado de un conjunto de negociaciones entre diversos agentes donde
ninguno tiene la última palabra por demasiado tiempo. Los habitantes del centro
conviven con comercios formales e informales de toda índole, industrias
artesanales y semi-artesanales, toda clase de servicios, una concentración
considerable de centros culturales, y un número muy considerable de
clientes/usuarios/paseantes y demás nomaseantes. Todo esto ocurre en una
ordenación que, por un lado, raya en lo medieval (calles dedicadas a la
bisutería, la fotografía, los libros viejos, las boneterías, etc.) y por el
otro, en el queso gruyere.
Basta ir al
Centro—como decimos los que no vivimos en el Centro—para volverse partícipe de
la negociación. Así, entre la calle de la ropa y la de las papelerías, sobre
Correo Mayor, después de pasar por la infinidad de tiendas desbordadas sobre el
arroyo, las múltiples barreras sónicas del bara-bara grupero, y el tumulto de
las aceras para alcanzar el número 109. En uno de los pisos
superiores—inhabilitado como bodega por varias determinaciones que tienen más
que ver con una sana facticidad que con cualquier reglamento de protección
civil—está la Oficina de Arte.
Como
en muchos de esos huecos que se abren en el centro histórico, aquí el bullicio
de la calle da lugar a un espacio silencioso y amplio dividido en once
estudios. Estos espacios se rentan a artistas que, previo proceso de selección,
los ocupan por un lapso mínimo de seis meses para desarrollar algún proyecto. A
diferencia de otro tipo de proyectos, la Oficina de Arte plantea varias
cuestiones interesantes en términos de producción. Por una parte es un proyecto
sustentable, que no requiere de apoyos gubernamentales o corporativos para
funcionar y que ofrece una estrategia eficiente de ocupar uno de los muchos
huecos del queso gruyere. Por la otra (y –he de decirlo-omitiendo toda clase de
declaraciones grandilocuentes al respecto) fomenta una forma de trabajar que es
harto infrecuente precisamente por las restricciones que imponen los espacios
de trabajo. Por lo general, cuando un artista deja la escuela, es raro que
vuelva a tener la oportunidad de ver cómo se desarrolla el trabajo de sus pares
hasta que éste llega a ese espacio tan ficticio como conflictivo que son las
galerías y las salas de exhibición de los museos y otros centros culturales. El
proceso, que alguna vez fue fundamental para la obra, sólo está presente ahí en
términos de producto terminado. Incluso en las muestras que se precian de destacar esta cualidad, todo
el andamiaje y el condicionamiento que implica un espacio de exhibición está destinado a la visita
única, a la obra como culminación de algo. Es quizá por eso que, por ejemplo,
las muestras que acumulan los documentos que rinden testimonio de un proceso,
resulten tan engorrosas para aquel que las visita como público.
Si bien los artistas que trabajan en la
Oficina de Arte no tienen un proyecto en común, ni funcionan como un colectivo,
hay en el desarrollo de su trabajo algo que proviene de esta convivencia: un
interés por la obra como pregunta, como el desarrollo paulatino y laborioso de
un objeto o una situación. Si bien no hay espacio aquí para tratar de cada uno
de los proyectos de manera individual, al haber sido testigo de la mayoría de
ellos en un momento temprano de su producción me limitaré a mencionar algunos
puntos en común que si bien no están reflejados en sus soluciones formales, me
parecieron muy llamativos en tanto que síntomas de una coyuntura como la que
describía en las primeras líneas de este texto.
Ya sea que
se trate de modificar un espacio específico para la percepción, de narrar una
ocupación kafkiana de un espacio cíclico, de describir los flujos informáticos
que conforman el tejido social, de rescatar las narrativas de una comunidad
específica, de crear algo a partir de los desechos que va dejando la ciudad, de
fabricar hitos que re-ordenen el espacio por medio de su significado o de
establecer un catálogo de identidades y diferencias a partir de una experiencia
personal, la mayoría de estas obras apuntan a la cartografía. No quiero decir
aquí (no lo sé) si los proyectos manifiestan esta necesidad de trazar mapas—es
decir, de volver ininteligible una extensión inabarcable para los sentidos—porque este haya sido un
criterio determinante a la hora de la selección o si el entorno particular del
centro haya afectado estas predilecciones. Sin embargo, no creo que sea así,
más bien tiendo a creer que el arte- o aquello que aún subsiste con ese nombre
y se aferra a sus viejas vocaciones-todavía se justifica por aquella vieja
necesidad de crear sentido y que en un mundo donde la confusión de un lugar
puede ser paradigmática, estos artistas- como todos nosotros- nos ofrecen
formas de trazar caminos que vuelvan la realidad transitable o por lo menos, un
poco más inteligible.
Pilar Villela. Diciembre de 2012.
jueves, 13 de diciembre de 2012
DISTINTAS MIRADAS
La conexión entre la arquitectura moderna y la fotografía ha sido tan intensa durante las últimas 12 décadas, que sus nexos van desde lo ideológico hasta lo conceptual. Muchos arquitectos prefieren trabajar con fotógrafos que compartan con ellos ideas afines respecto a sus obras, para así ser capaces de desarrollar un trabajo en conjunto que sea satisfactorio para ambos artistas y por supuesto, atractivo para el público. En este aspecto también juegan un papel importante las casas editoriales y las revistas especializadas en arquitectura, pero también influyen medios no especializados, como los periódicos y las revistas semanales de los mismos. Esto da lugar al productivo trinomio arquitecto-fotógrafo-editor.
Ambas artes siguen unidas hasta nuestros días, pero su interdependencia varía considerablemente de un arquitecto a otro y lo mismo sucede en el caso de los fotógrafos. La mayoría de los edifcios singulares contemporáneos han sido retratados por más de un fotógrafo profesional, lo cual permite establecer comparaciones interesantes entre unas y otras miradas del mismo edificio.
Por ejemplo, la casa Van Middelem-Dupont construida en Oudenburg, Bélgica, fue diseñada en 2003 por el arquitecto portugués Álvaro Siza y ha sido fotografiada al menos por dos importantes artistas: Roland Halbe y Duccio Malagamba. La casa aparece de manera distinta en los trabajos de ambos, las fotografías realizadas por Malagamba son tomas muy escorzadas, por lo cual su geometría aparenta ser mucho más espectacular que en la serie de su colega, Roland Halbe, quien hizo más tomas frontales y acercamientos donde se aprecian mejor las texturas y los materiales de los que está construida la casa.
En las Termas de Vals en Suiza, diseñadas en 1996 por Peter Zumthor, encontramos otro interesante ejemplo del ejercicio visual realizado por dos fotógrafos distintos. Las imágenes captadas por Hans Danuser y Hélène Binet comparten el interés por todos los matices que la luz natural da al extraordinario edificio. Sin embargo, las fotografías de Danuser, en blanco y negro, muestran espacios más etéreos, mucho menos materiales y concretos que los que podemos apreciar en las tomas de Binet, que fueron realizadas en color.
De cualquier modo, el talento tanto de los arquitectos como de los fotógrafos nos auguran un continuo y mutuo enriquecimiento de ambas artes, independientemente de que sus circunstancias particulares y desarrollo sean tan distintos, seguramente seguirán aportando para nosotros, visiones novedosas y profundas de los espacios que retratan.
Lorenzo Rocha
Ambas artes siguen unidas hasta nuestros días, pero su interdependencia varía considerablemente de un arquitecto a otro y lo mismo sucede en el caso de los fotógrafos. La mayoría de los edifcios singulares contemporáneos han sido retratados por más de un fotógrafo profesional, lo cual permite establecer comparaciones interesantes entre unas y otras miradas del mismo edificio.
Por ejemplo, la casa Van Middelem-Dupont construida en Oudenburg, Bélgica, fue diseñada en 2003 por el arquitecto portugués Álvaro Siza y ha sido fotografiada al menos por dos importantes artistas: Roland Halbe y Duccio Malagamba. La casa aparece de manera distinta en los trabajos de ambos, las fotografías realizadas por Malagamba son tomas muy escorzadas, por lo cual su geometría aparenta ser mucho más espectacular que en la serie de su colega, Roland Halbe, quien hizo más tomas frontales y acercamientos donde se aprecian mejor las texturas y los materiales de los que está construida la casa.
En las Termas de Vals en Suiza, diseñadas en 1996 por Peter Zumthor, encontramos otro interesante ejemplo del ejercicio visual realizado por dos fotógrafos distintos. Las imágenes captadas por Hans Danuser y Hélène Binet comparten el interés por todos los matices que la luz natural da al extraordinario edificio. Sin embargo, las fotografías de Danuser, en blanco y negro, muestran espacios más etéreos, mucho menos materiales y concretos que los que podemos apreciar en las tomas de Binet, que fueron realizadas en color.
De cualquier modo, el talento tanto de los arquitectos como de los fotógrafos nos auguran un continuo y mutuo enriquecimiento de ambas artes, independientemente de que sus circunstancias particulares y desarrollo sean tan distintos, seguramente seguirán aportando para nosotros, visiones novedosas y profundas de los espacios que retratan.
Lorenzo Rocha
martes, 11 de diciembre de 2012
OFICINA DE ARTE
Oficina de arte es un recinto creado en 2012 para albergar
artistas residentes, quienes tienen acceso al programa mediante presentacón de
sus proyectos y antecedentes curriculares.
Dos de los estudios se ofrecen gratuitamente a los mejores proyectos presentados.
Dos de los estudios se ofrecen gratuitamente a los mejores proyectos presentados.
Se trata de un proyecto para 11 estudios, galería y áreas comunes que se encuentra en un espacio que anteriormente se dedicaba al almacenaje de papelería y que ha sido reconvertido en espacio para la producción artística.
Oficina de arte se sostiene gracias al alquiler de espacios de trabajo. Su programa incluye exposiciones, discusiones y cursos. La oficina cuenta con la valiosa asesoría de expertos: artistas curadores y gestores culturales quienes mensualmente enriquecen el trabajo de los artistas residentes.
El edificio donde se encuentra la oficina es un inmueble
construido en los años cincuenta que siempre ha estado dedicado a usos
comerciales. La zona del centro histórico donde se encuentra el edificio se
caracteriza por un intenso tráfico de mercancías y un estrecho tejido social
reforzado por las actividades económicas de sus pobladores. Estos dos factores
contribuyen a insertar el trabajo de los artistas en una comunidad muy rica en
experiencias a nivel humano y en la implicación de éstos en la red social
local.
www.oficinadearte.mx
jueves, 6 de diciembre de 2012
PROCESO IMAGINATIVO
El proceso mental que permite la visualización espacial, la etapa previa al proyecto arquitectónico, es un ejercicio imaginativo complejo, en el cual el arquitecto anticipa la vivencia del espacio habitable. Cualquier persona es capaz de recordar algún espacio fijado en la memoria desde la infancia, o bien algun edificio que recientemente hayamos visitado y nos haya causado impresión positiva. Sin embargo, el arquitecto debe desarrollar la capacidad de recordar espacios que aún no existen, para poder visualizarlos e integrarlos a su proyecto. Algunas personas piensan que el proceso de proyecto se verifica en los dibujos y las maquetas, pero éstos no se pueden elaborar sin un ejercicio de imaginación previo.
El arquitecto austriaco Aldolf Loos, uno de los precursores más importantes de la arquitectura moderna, escribió en 1898 un texto titulado “El principio del revestimiento”, con la notable influencia de Gottfried Semper, autor de “Los cuatro elementos de la arquitectura”. En el texto, Loos describe el proceso imaginativo del arquitecto en los siguientes términos: “El artista, el arquitecto, antes que nada experimenta por sí mismo el efecto que pretende provocar en el usuario, después de ello, visualiza mentalmente los espacios que realizará para conseguir dicho efecto.” En su enunciado, se nota el privilegio que el autor da al tacto por encima de la vista, ya que el arquitecto primero siente para después ver los espacios dentro de su mente. Así continúa el texto: “El arquitecto siente el efecto que desea ejercer sobre el espectador [...] lo acogedor por ejemplo, si se trata de una vivienda”, ya que la tarea fundamental del arquitecto, según Loos, es acondicionar el espacio para que sea cálido y habitable. ¿No son acaso las mismas intenciones las de los arquitectos actuales? ¿En qué ha cambiado la arquitectura durante los últimos cien años?
A pesar de tantas nuevas ideas y su traducción en las formas actuales que ha adoptado la arquitectura, sus valores axiomáticos fundamentales no han casi cambiado. Este proceso es muy similar a la rutina actual del arquitecto o diseñador de interiores, a pesar de que el uso de la tecnología y la informática hayan aparentemente transformado sus objetivos. La previsualización del proyecto arquitectónico es un ejercicio creativo que siempre han realizado los arquitectos y continuan haciéndolo hasta ahora. En la antigüedad lo hacían antes de tomar el lápiz, hoy lo hacen previamente a encender las computadoras, pero los objetivos básicos no han casi cambiado desde que existe nuestra profesión.
Lorenzo Rocha
El arquitecto austriaco Aldolf Loos, uno de los precursores más importantes de la arquitectura moderna, escribió en 1898 un texto titulado “El principio del revestimiento”, con la notable influencia de Gottfried Semper, autor de “Los cuatro elementos de la arquitectura”. En el texto, Loos describe el proceso imaginativo del arquitecto en los siguientes términos: “El artista, el arquitecto, antes que nada experimenta por sí mismo el efecto que pretende provocar en el usuario, después de ello, visualiza mentalmente los espacios que realizará para conseguir dicho efecto.” En su enunciado, se nota el privilegio que el autor da al tacto por encima de la vista, ya que el arquitecto primero siente para después ver los espacios dentro de su mente. Así continúa el texto: “El arquitecto siente el efecto que desea ejercer sobre el espectador [...] lo acogedor por ejemplo, si se trata de una vivienda”, ya que la tarea fundamental del arquitecto, según Loos, es acondicionar el espacio para que sea cálido y habitable. ¿No son acaso las mismas intenciones las de los arquitectos actuales? ¿En qué ha cambiado la arquitectura durante los últimos cien años?
A pesar de tantas nuevas ideas y su traducción en las formas actuales que ha adoptado la arquitectura, sus valores axiomáticos fundamentales no han casi cambiado. Este proceso es muy similar a la rutina actual del arquitecto o diseñador de interiores, a pesar de que el uso de la tecnología y la informática hayan aparentemente transformado sus objetivos. La previsualización del proyecto arquitectónico es un ejercicio creativo que siempre han realizado los arquitectos y continuan haciéndolo hasta ahora. En la antigüedad lo hacían antes de tomar el lápiz, hoy lo hacen previamente a encender las computadoras, pero los objetivos básicos no han casi cambiado desde que existe nuestra profesión.
Lorenzo Rocha
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