El factor condicionante más notorio para el proyecto arquitectónico son sin duda las características del terreno donde se planea edificar. Todo proceso de diseño inicia con trabajo de campo e investigación. En el caso de la arquitectura, antes de comenzar a dibujar, es necesaria la visita de rigor al lugar en busca de sus accidentes topográficos. De dichos accidentes, el más común es la pendiente, por tanto se les llama, “accidentados” a los terrenos con declives pronunciados. Un relieve o levantamiento topográfico basta para conocer las características de la superficie del terreno, realizado mediante las coordenadas que arroja la observación del lugar con ayuda del teodolito.
De ahí se pasa a registrar si el terreno cuenta con árboles importantes que puedan ser obstáculos para lograr el óptimo aprovechamiento del solar, o bien que puedan ser considerdos puntos focales o de interés para el futuro edificio. En ese sentido, los árboles no son propiamente accidentes, ya que de su localización dentro del lugar, depende su interpretación como elementos que benefician o perjudican al partido que pueda sacarse de la superficie del terreno.
En tercer lugar, el arquitecto forzosamente debe observar todos los elementos no solamente visibles sino perceptibles, del contexto circundante a su solar, sobre todo si se encuentra en un ambiente intensamente urbanizado. A veces el ruido o los olores pueden ser elementos contextuales importantes y se pueden construir barreras arquitectónicas para protegerse de éstos, asimismo para la orientación de la ventanas deben considerar elementos contextuales atractivos o repulsivos.
Por todas estas razones, aparte de los factores socioeconómicos, el proyecto arquitectónico práticamente lo hace el lugar. Sin embargo, se requiere de una sensibilidad especial para ser capaces de interpretar todos los factores físicos de un lugar determinado para que los espacios proyectados y construidos tengan un resultado satisfactorio.
El trabajo del arquitecto es una labor artística que se asemeja a las obras de intervención espacial y de paisaje que muchos escultores utilizan en la actualidad y que se clasifica en términos generales como instalación o intervención. Recordemos el trabajo de los artistas minimalistas de los años sesenta, como Michael Heizer y su célebre “Double Negative”, un corte hecho a una montaña en el desiero de Nevada. En efecto, el arquitecto “interviene” el solar asignado para su proyecto, para dotarlo de habitabilidad y confort.
Lorenzo Rocha
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